jueves, 21 de diciembre de 2017

Manuel Escribano Rodríguez (y II)

Con sus 29 años, en la cálida mañana romana del 9 de julio, madura su formación intelectual y personal, aunque los años seguirán perfilando y “filigraneándola”, está dispuesto para participar del sacerdocio ministerial de Cristo.
 

Es la capilla de los españoles, en la Basílica del Sagrado Corazón de Jesús, sita en la Plaza Nueva de Roma, donde el cardenal Luigi Traglia, Vicario del Papa Bueno, Juan XXIII imponiéndole las manos, lo agrega al grupo de  servidores del pueblo de Dios.
 
Como un presagio se ordena cerca de la fuente berniniana llamada Fuente de los Cuatro Ríos, en la que  simbolizado el Río de la Plata, será su recorrido principal de su sacerdocio. Él mismo dirá 50 años después que: “Mi sacerdocio lo tengo vivido como los Reyes Magos, “como sacramento del camino” para llevar las personas a Cristo”.
 
Desde ese mismo año tendrá representación su querido Brasil en el Palazzo Pamphili, ubicado en esta Plaza Nueva, que fue vendido al gobierno brasileño para Embajada.
 
Poco tiempo después lo vimos celebrar su primera misa entre nosotros, en aquella parroquia de S. Nicolás de Bari, que tantos sacerdotes, religiosos y religiosas ha dado a la Iglesia.
 
Su sonrisa, amabilidad, y alegría de esos días, pronto quedó truncada, aunque no perdió la paz interior, por el fallecimiento de su padre. Ya se preparaba para regresar a Roma, cuando este hecho luctuoso le hizo postergarlo.
 
Una vez superado el dolor de todo fallecimiento, volvió a Roma.
 
Es el momento de empezar la actividad pastoral y apostólica. 173 Km distará de Roma el nuevo destino, en la provincia de Chieti, región de los Abruzzos,  localidad de Palmoli. Pueblo pequeño de montaña, con unos mil habitantes, famoso por la marca Palmolive. El convento de ¿S. Antonio? será su casa.
 
Su nuevo destino llevará la impronta evangélica del “Id por el mundo”. Un mundo nuevo para él, pero será el Nuevo Mundo, el país lejano de donde tuvo que venir el Papa Francisco. Argentina.
 
Será seguidor de tantos españoles llegados desde 1527, y de tantos misioneros, entre ellos las misiones de los jesuitas que expandieron la fe católica. Va a  la provincia de Córdoba, a  distancia de 191 Km de la Córdoba capital, al pueblo de Morrison, de unos 3,300 habitantes actualmente. Allí tenía la Congregación de la Sagrada Familia un colegio.
 
Durante diez años se entregará, como lo hacía en todos sus trabajos, con dedicación plena a la labor apostólica en diversos frentes. Enseñanza, atención a las gentes, no solamente en el pueblo, sino por do quiera era solicitado. Su amabilidad y don de gentes pronto le granjearon el aprecio y cariño de bastantes fieles. Son años en que, como decíamos al principio, se va perfilando su personalidad de organizador, responsabilidad, hombre de espíritu, que desemboca en un nombramiento por parte de la Congregación de  Provincial para Sudamérica.
 
De Argentina tiene que dar el salto a Brasil. Curitiba será su nuevo destino. Esto le hace ampliar su capacidad políglota. Un nuevo idioma se añade a los que domina, el portugués.
 
Curitiba es la primera ciudad del sur del Brasil, de gran prosperidad en todos los órdenes.
 
Estamos en el año 1985. Lleva durante los siguientes años  una labor ingente de formación de seminaristas, fundación de casas por toda América del Sur. Su presencia se extiende por Colombia, Perú, Bolivia, Venezuela y México.
 
El 17 de Noviembre de 1987 se están poniendo los inicios de una obra querida para él. La que será Parroquia de Santa María Goretti, en Curitiba. Es un encargo especial de su Obispo. Está en un barrio de la ciudad, plena naturaleza boscosa, que posteriormente se convertirá en zona elegante, compitiendo con la misma Santa Felicidade.  
 
La impaciencia le lleva a celebrar una misa en lo que podríamos decir, es el cascarón del edificio. Todos de pie, ante un altar improvisado, con las melodías de una pequeña coral, pero con una alegría manifestada en los rostros de los asistentes. Es el 29 de Noviembre de dicho año. Como toda construcción por estos lares, no es de factura como entre nosotros, sino lo suficiente para librarse de los rayos solares y la intemperie.
 
Será el 19 de Noviembre de 1988, cuando con la iglesia llena y presidida la comunidad por el Sr. Obispo, se celebrará la misa de inauguración. Todo son alegrías y parabienes mutuos.
 
Pero queda una ingente labor. Una parroquia no es el edificio de la iglesia, sino la Iglesia para el edificio. La parroquia es esa comunidad que está formada por todos los bautizados que quieren ser apóstoles del Evangelio con todos sus distintos cometidos. Ahí sigue trabajando Manuel. La formación catequética, la liturgia, la caridad para todos los más necesitados, etc. Una vez más se cumplirá el texto bíblico. Me gastaré y desgastaré.
 
Por eso está metido en otra tarea muy importante, también deseada por su Obispo. La construcción de un seminario para vocacionados, seminaristas.
 
Ahí ha ido gastando sus 25 años de permanencia en Curitiba. Ciudad de la que dirá en su homilía de despedida: “Jamás me faltó el cariño de este pueblo de Dios en Curitiba; de la cual no es fácil hablar;  que nunca ama bastante y siempre ama demasiado;  que mimó mi sacerdocio hasta cuando me equivocaba; que me ¿arrebató? cuando ya estaba arrebatado; que no está solo para contemplarla con la inteligencia, sino con los ojos del corazón.”
 
Todo ello nos da prueba de cómo había encontrado la felicidad en el vivir de estos años. De cómo se sentía oidor de aquel: “Siervo bueno y fiel, entra al gozo de tu Señor”.
 

Pero… como en toda familia las nuevas generaciones vienen con nuevas energías, que precisamente sustituirán a las gastadas por las anteriores. Manuel bien merece descansar de la vorágine del día a día, con sus urgencias, dentro de la paz religiosa. Sus superiores le invitan a ese descanso.
 
A su alrededor se juntan cuantos sienten, por una parte agradecimiento de la entrega que ha hecho, por otra, porque sigue siendo realidad, que cuando un amigo se va algo se pierde del alma. El Padre provincial en nombre de la Parroquia lo despide. Él mismo entonará el:
 
Sentir e deixar,
deixar e partir,
e tudo sentir
a força de amar.
 
Como en toda despedida, placas y reconocimiento de su servicio a la comunidad parroquial están las diversas representaciones.
 
Estuvo en su pueblo natal por última vez en el verano del 2010. Fue un tiempo a Curitiba para celebrar sus bodas sacerdotales de oro y empezó posteriormente la cuenta de su peregrinar.
 
El dicho de S. Pablo también se cumplió en su vida: “No busco vuestras cosas sino a vosotros mismos”.
 
Como todo apóstol tuvo que cargar también con la ingratitud de aquellos por los que se desgastaba. Donde quería sembrar la paz y la  no violencia, también fue víctima de ella. Fue atracado y robado en plena calle a punta de pistola por los mismos a quienes quería encauzar a una vida feliz.
 
También se granjeó el aprecio de personas, poseedores de grandes Facendas que aportaban su dinero a la congregación y para los pobres. 
 
Ya en el declive de su vida fue trasladado a Barcelona, por un corto periodo de tiempo, pensando que residiría definitivamente allí, pero  de nuevo fue trasladado a Roma y de allí destinado a Pálmoli, lugar del inicio de su carrera, donde esperando el regreso definitivo a España cumplió sus bodas de oro sacerdotales y comenzó a enfermar. Sus complicaciones renales se agravaron. 

Era su final.
 
Ha cumplido lo que dejó escrito: Soy  sacerdote con Dios y  para Dios; y para el pueblo de Dios.
 
Y ha vivido su sacerdocio  como él decía: Vivo mi sacerdocio como los Reyes Magos, o sea, como “Sacramento del Camino”, para poder llevar así las personas a Cristo.
 
Ocupó puestos importantes en los capítulos de la congregación y colaboró en el desarrollo y promoción de múltiples paisanos que se habían incorporado al instituto, desde diversos lugares de Extremadura, apoyando para que el general de la Sagrada Familia fuese Jesús Díaz Alonso, un Extremeño hijo de Serradilla.
 
Como toda familia religiosa, al igual que en la humana, quiere tener cerca el reposo de sus difuntos. Ello explica el poco entusiasmo en que fueran trasladadas sus cenizas junto a las de sus padres, en Casas de Millán, donde siempre había deseado, y que su hermana pequeña logró.
 
Falleció en Vasto, ciudad próxima a Pálmoli el 22 de Diciembre de 2011en un instituto hospital, dependiente de la orden Franciscana. Estoy seguro, que junto con otros santos sería recibido, paradojas de la vida, por S. Francisco, con el que desde niño soñó y se encomendó en la Orden Franciscana.
 
Su cuerpo fue incinerado en Pescara, Italia, y traído a España a continuación, donde reposan sus restos en compañía de sus padres, en el pueblo que le vio nacer.
 
Efemérides religioso-clericales
 
Los años 1955 y 56 son años de toma de hábito y profesión religiosa.
En el 1956, casi terminando el año comienza con la tonsuras.
Las órdenes menores las recibe en los años 1957-58.
En 1959 tiene lugar su profesión perpetua y subdiaconado.
En los comienzos del año 1960 recibe el diaconado, para terminar con la ordenación sacerdotal el 10/VII/1960.

lunes, 4 de diciembre de 2017

Manuel Escribano Rodríguez (I)

Quiero comenzar este capítulo, con esta letra del canto que por última vez cantó Manuel Escribano González con los parroquianos en la misa de despedida de “su” parroquia de Santa María Goretti, en Curitiba, Brasil.
 
Sentir e deixar,
Deixar e partir,
E tudo sentir
A força de amar.
Partir e deixar,
Deixar e partir
Saudades sentir
Na terra e no ar.
 
Sus cualidades de poeta y músico, de las que algunos teníamos conocimiento en su pueblo natal, puestas en su corazón, que había entregado durante tantos años entre los brasileños, las veíamos reflejadas, cantando con alegría, para emprender una nueva etapa en su vida terrena.
 
Esas mismas palabras las recordamos al final de su vida ocurrida el 22 de Diciembre de 2011, día en que, como en la Iglesia Católica, celebramos las fiesta de los santos, cuando emprendieron la etapa eterna del “entra en el gozo de su Señor”.
 
Puede que como en el caso de Miguel del Barco, la lejanía, la poca frecuencia de visitar su pueblo durante tantos años en que estuvo en la otra parte del continente de América, nos hayan hecho olvidar nuestro paisanaje con él.
 
Por eso quiero dejar constancia de su condición de “casito”, entre otros muchos, que fueron repartiendo la fe que mamaron en la Parroquia de San Nicolás de Bari.
 
El día 27 del mes de Febrero del 1931, comenzaba su andadura de fe, esperanza y amor, en la pila bautismal de la Parroquia, avalando el deseo de sus padres Dionisio y Marcelina y sus padrinos. El día 27 del mismo mes y año, se constituye en el primogénito de 4 hermanos, él, Ana María, Luis e Inés Rita.
 

Esta fe fue bien cultivada desde su tierna infancia en esta familia de los Escribanos Rodríguez. Como hemos visto anteriormente, estaba su tío el P. Enrique Escribano González, que también ostentaba el nombre de pila, de Manuel, hermano de su padre.
 
Durante dos años fue el centro del cariño y atenciones de sus padres, que veían plasmado el amor que se habían jurado ante el altar de S. Nicolás de Bari en el año de 1929, hasta que llegó su hermana Ana María.
 
Pronto se romperían los límites familiares, hasta cierto punto, para dar otro lugar de expansión de socialización y aprendizaje de Manuel. Tendría que acudir a la escuela de párvulos que regentaba su tía abuela, la Señora Pepa.
 
Así pasarían sus primeros años, hasta que cuando llega Luis, cumplidos los seis años, sigue ampliando sus lugares de aprendizaje social e intelectual. Ya va a la escuela Nacional, regentada por su paisano, el Maestro D. Eduardo de la Fuente Borja, en su primera etapa. Después será D. César. Ambos pusieron buenos fundamentos o bases para que, quien posteriormente destacaría en los conocimientos universitarios, pudiera avanzar. Sus compañeros y “quintos”, los Miguel, Nicolás, Pedro, Marcelino, Juan, etc., compartieron los juegos y correrías por “El lejío”, patio de recreo comunal.

Fuente del Maestre. Convento de los Franciscanos.
Fue fundado por Doña Elvira García Zambrano en el año 1645.
Se encuadran dentro del ESTILO BARROCO propio de la época de su fundación.

Su estancia en Fuente del Maestre. Años 1940
 
Siguiendo la lógica humana, en la que con frecuencia se da el principio bíblico, “mis caminos no son vuestros caminos”, por la influencia familiar de su tío paterno el P. Enrique Escribano, franciscano, se le encauza por el camino del “Poverello de Asís”, ingresando en el seminario de la orden franciscana existente en la localidad pacense de Fuente del Maestre.
 
Años duros. La postguerra se deja sentir fuertemente. Pero, aun dentro de la pobreza social, que repercute en los medios materiales de alimentación y educación, aquí se palían los intelectuales, que muchos padres buscaban para sus hijos. Aparte de la formación humana de aquellos que buscaban la huida del común de los fieles.
 
Ciertamente la alimentación escasea, y cuando se encuentra, no es de buena calidad. Son los llamados vulgarmente “los años del hambre”. El no me gusta y no me apetece de ahora, no existían. Sí existían las “cartillas de racionamiento”.
 

A pesar de todo, dentro de todos los inconvenientes, la alimentación intelectual es buena. Manuel es esponja cerebral que va captando los saberes que los padres franciscanos van depositando en su mente. Sus notas lo reflejan y su paso de un curso a otro.
 
Etapa de Loreto
 
Transcurridos los primeros años de seminario fue trasladado al noviciado de Loreto.
 
El convento o santuario de Nuestra Señora de Loreto se encuentra en las cercanías de la localidad de Espartinas, (Provincia de Sevilla, España). El convento, junto con la hacienda del mismo nombre y la torre defensiva medieval de origen cristiano denominada Torre de Loreto, conforman un enclave de alto valor patrimonial muy destacado en la comarca del Aljarafe sevillano.
 
Con sus años, va a comenzar los estudios de filosofía, propios de la formación eclesiástica.
 
Si en la etapa de Fuente del Maestre las dificultades y calamidades vienen de parte de la situación de la posguerra, ésta se va a caracterizar por las dificultades de salud. El duro trabajo repercute fuertemente en la salud, hasta tal punto de que la madre, con el fin de poder atenderlo, se traslada a la hospedería del convento para poder cuidarlo en estas circunstancias. Y ya sabemos, ¿qué no consigue una madre? Terminó aquella primavera y Manolo parece que había recobrado las energías para seguir sus estudios.
 
Pero parece que, como decíamos antes, “los caminos del Señor no eran nuestros caminos”. Por estas circunstancias se va a cambiar totalmente el itinerario emprendido.
 
No ha pasado mucho tiempo, cuando nuevamente cae enfermo. La situación, a ojos de sus padres, no parece arreglarse con que la madre vuelva nuevamente al convento. El padre, en su visión de padre, decide que en estos momentos lo mejor es traerlo a casa para que tuviera una mejor atención y recuperación, con intención de volver al convento, cuando todo haya quedado con unas garantías de estabilidad sanitaria.
 
En ese ínterin un nuevo episodio tuerce los caminos humanos. Tiene la edad del cumplimiento del servicio militar, obligatorio en aquellos momentos. Para los estudiantes eclesiásticos, estaba establecido que podían pedir prórroga para incorporarse al ejército posteriormente o librarse. Pero, no se había hecho la tramitación correspondiente, al pensar que volvería al convento. Esto da lugar a que lo declarasen prófugo. No hay más solución que incorporarse inmediatamente al ejército.
 
Melilla será su destino. Allí cumple los años correspondientes hasta que se licenció. Esto supuso verse, humanamente, con su vocación truncada. Surgen las incógnitas hacia dónde poner rumbo. Momentos difíciles, que pasa en su pueblo. Aquí encuentra la ayuda y orientación de los suyos. De momento hay que preparar unas oposiciones a “algo”.
 
Hay un hueco para quienes tiene unos conocimientos superiores. Dar clases particulares. En las circunstancias económicas de las familias, no es fácil paliar la pobreza intelectual de los hijos, a quienes tienen que mantener al lado del padre, para que puedan aportar algo a la economía doméstica. No se puede seguir en la escuela. Y eso que había un aprecio grande por invertir mejor en los hijos que en “casas, cosas o ganados”.
 
Un Rafael, arcángel de los caminantes, con presencia humana aparece por el pueblo, El Padre Morera. Al igual que a Tobías le va a conducir a su nuevo destino. La Congregación de La Sagrada Familia.
 
Es una congregación que, contando con la aprobación del obispo, en 1864, José Mayanet funda. Los Hijos de la Sagrada Familia Jesús, María y José, con la misión de imitar, honrar y propagar el culto de la Sagrada Familia de Nazaret y procurar la formación cristiana de las familias, principalmente por medio de la educación e instrucción católica de la niñez y juventud y el ministerio sacerdotal.
 
Los Hijos de la Sagrada Familia, herederos espirituales de San José Manyanet, continúan en el empeño de renovar la sociedad por medio de familias cristianas conformadas al modelo de la de Nazaret.
 
Allá, al colegio de Barcelona se encaminan los pasos de Manuel, siguiendo al padre Morera. Ingresa en la Congregación, pero nuevo inconveniente se presenta. No se le reconocen los estudios cursados en los colegios franciscanos. Quien podía haber hecho algo para solventar este escollo, su tío P. Enrique, no le prestó ninguna ayuda. No obstante, Manuel tenía clara su vocación y continuó en su empeño de responder al Señor, que aparentemente parece que se lo impedía. Dos años después la Orden franciscana reconoció que había cursado dichos estudios.
 
Con normalidad pasaron los años de su formación en el seminario de la Congregación en Barcelona.
 
Desde Barcelona fue trasladado a Roma donde prosiguió la formación eclesiástica en la Universidad Pontificia, siguiendo casualmente el camino de su tío Manuel, el padre Enrique, licenciándose en Teología.

miércoles, 15 de noviembre de 2017

El Padre Enrique Escribano (y II)

La etapa del Palancar

Ha terminado una etapa en la vida de Fray Enrique Escribano González. Su etapa de gloria y esplendor. El hombre que ha puesto en ejercicio sus cualidades intelectuales, humanas y puede que al mismo tiempo de halos de grandeza.
 
Foto de los Años 1920
Pero, por esos caminos misteriosos de la Providencia, va a despejarse otro aspecto de aquella incógnita bíblica que citamos al principio de su nacimiento: ¿qué va a ser de este niño?”

Y una vez más fue de la mano del santo, “hecho de raíces de árbol”, que va  a hacer nuevamente en un casito el milagro de devolver la vista, en este caso introspectiva, para vislumbrar la grandeza de su condición franciscana desde el silencio y a veces la soledad, al igual que S. Pedro al comienzo de la reforma.
 
En el capítulo provincial celebrado en el Monasterio de la Rábida, el 6 de agosto de 1956, se determinó realizar las obras necesarias que dignificasen la antigua fundación de San Pedro de Alcántara, al mismo tiempo que sirviese como lugar para la práctica de los ejercicios espirituales de todos los religiosos que lo solicitasen.

Fue destinado el padre Enrique Escribano, que junto con Fray Francisco Limón trabajó en la restauración de todo “El Palancar” y en especial del conventito de San Pedro de Alcántara.

En octubre de 1956 fue elevada la Casa a residencia y fue constituida una comunidad formada por tres miembros, bajo la obediencia de Fray Enrique Escribano, como presidente. Este acometió las obras en la iglesia y claustros del s. XVIII por deseo del Capitulo Provincial. Estas obras fueron dirigidas por el maestro don Dionisio Núñez.


Allá se encaminan los pasos del P. Enrique. Pero no podían ir directamente, puesto que el convento, todo ruinoso, estaba inhabitable. Y, como en las realidades humanas de aprieto, ¿a dónde acudir? A la casa materna. Todas sus pocas pertenencias, transportadas en un camión de Cruz Núñez, van camino de su destierro quedando  en Casas de Millán.

Bien conocían los casitos cómo estaba el “conventito”. Muchos tenían la experiencia de haber asistido a la Porciúncula en romería, haber pasado la siesta fisgoneando las viejas sepulturas que quedaban en la sacristía o las paredes ennegrecidas, llenas de mosquitos. Solo aguantaba las inclemencias del tiempo que no fueron capaces de abatir, los muros de la iglesia del s. XVIII.

Y desde Casas de Millán comenzó a moverse por todos los escenarios imaginables, recaudando aportaciones y contratando obreros que le ayudasen para iniciar unas obras que durarían casi hasta su defunción.

¡Cómo recuerda la repetición de la historia! Pedro de Alcántara y el único hermano que trabajó en la primera edificación del “conventito”, aunque hubiera designados otros para formar la comunidad.

Fueron necesarios seis meses hasta que pudo trasladarse con una mayor permanencia al Palancar. En esa soledad, donde se forjan las grandes personas, se pusieron en marcha sus cualidades de inteligente e intelectual. Decidió convertir de nuevo el convento en un lugar habitable para los religiosos. Inteligentemente supo aprovechar todas aquellas relaciones que se habían forjado en el monasterio de Guadalupe. Con la paciencia y tenacidad franciscana, a golpe de sandalias y humildad petitoria, abrió puertas de despachos con poder de decisión económica, al mismo tiempo que los valores artísticos de amigos, sin olvidar la recogida del óbolo de la pobre viuda.
 
Todo le servía para levantar una vez más la iglesia.

J. de Acre nos dice: La restauración del Palancar tiene como antecedente el nombre del incansable paladín, que sería injusto olvidar; nos referimos al Padre Enrique Escribano, O.F.M., enamorado de aquel retiro sagrado, quien con su palabra y simpatía fue levadura silenciosa para articular voluntades.
 
Es significativa la reseña que hace José Sendín en su escrito de “Un santo, una higuera, un convento”, haciendo referencia a la restauración del “conventito”:

Nosotros sólo queremos añadir que eso está todavía allí.

La Providencia lo ha conservado, porque esperaba que lo necesitara nuestro siglo.

Todo ha sido posible, porque al hacer el convento mayor, el pequeño, el conventito, quedó prácticamente enterrado.

Aún recuerdo cuando el padre Enrique Escribano, franciscano de Casas de Millán, primer superior en la nueva era del convento, lo iba desenterrando, recuerdo la sensación que le producía a él y a todos sus trabajadores.

Parecía que resucitaban a un muerto. Haciendo un nuevo milagro.

Y hay que preguntarse: ¿Es que no lo ha sido?


Y ahí tuvo que poner sus cualidades intelectuales de historiador y constructor. Ser fiel a lo que el Alcantarino había construido.

Supo poner al servicio de la restauración lo mejor de aquella época extremeña.

En la capilla actual después de la restauración, trabajó Pérez Comendador tallando una figura de San Pedro de Alcántara digna del emplazamiento.

La cúpula de la capilla, un mosaico magnifico, fue realizada por su  mujer Magdalena Lerruox.

Don Julián Murillo como presidente de la diputación de Cáceres fue una de las personas que le ayudó desde el comienzo; Pérez Comendador y señora, Don Blas Pérez González, Hernández Gil, Benjamín Palencia, (con quien entabla una gran amistad, y le retrata en diversas estancias en Guadalupe), Juan de Avalos, políticos, escultores y pintores entre otras muchas personalidades, colaboraron en su esfuerzo de restauración de aquellas viejas dependencias llenas de humedad.
 
Y hablando de humedad es también significativo lo que sucedió con la cúpula de la capilla.

El único espacio del convento primitivo que tiene dimensiones algo mayores es la capilla, que mide 2,50 por 2,50, en total 6,25 m2 y 3,50m de altura. En esta capilla es donde Magdalena Lerroux, esposa de Pérez Comendador, regaló al convento en 1962 una decoración, para conmemorar el IV Centenario de la muerte de San Pedro de Alcántara. En la decoración no solamente alude a San Pedro de Alcántara, sino también a San Francisco de Borja y a Santa Teresa de Jesús por su relación con el pequeño convento.

Cuando la artista ofreció a la Diputación de Cáceres regalar a Extremadura la decoración de la pequeña iglesia del Palancar, pensó pintarla al fresco, pero temerosa de que el húmedo clima serrano deteriorara las pinturas, decidió realizar la obra en mosaico de vidrio como el de las basílicas orientales –bajo la dirección del artista Francisco Hernández (casa de Padrós)-, material resistente a los rigores climatológicos que asegurara la perdurabilidad del hermoso donativo.
 
Preside la capilla la estatua de San Pedro de Alcántara de Pérez Comendador. Fue expuesta al público y bendecida por el Obispo de la diócesis Coria-Cáceres, don Manuel Llopis Ivorra, el 19 de octubre de 1959, festividad del Santo.

Con la experta dirección del arquitecto D. Fernando Hurtado y del aparejador D. Fernando Periáñez, se consigue ver convertido en realidad el proyecto en breves meses, e inaugurar las reformas realizadas en el convento, en octubre de 1958, con asistencia del Gobernador Civil, Sr. De la Fuente, y de la Corporación Provincial en pleno, con el Presidente. Sr. Murillo en cabeza.

Las obras de restauración del Palancar fueron culminadas por el Padre Enrique de igual forma que logró el trono para la Virgen de Guadalupe. Hombre de tesón, constancia, coraje, unidas a las facultades para relacionarse por la simpatía que irradiaba, fueron los mimbres que le permitieron realizar esta pequeña-gran obra del “conventito” y resto del convento.

No cambiaba las cosas como se habían proyectado por la Orden, El Palancar no terminaba de cuajar como proyecto espiritual de la provincia franciscana y en Febrero de 1968 un acuerdo del Definitorio provincial vuelve a reducirlo a casa filial perteneciente a la jurisdicción del convento de Cáceres. Los frailes de este convento se encargarán del culto, mínimo por otra parte, de la iglesia conventual.

Arqueólogo

Como un paréntesis, dentro de esta magnífica obra de restauración, no puede pasarse por olvido su faceta arqueológica. Como tantas otras realidades “casitas”, poco se ha fomentado o al menos intentado proseguir las excavaciones que realizó en el yacimiento de San Benito, donde se descubrió la planta de una casa romana, con probabilidad de que fuera residencia de un carnicero, por ciertos instrumentos que se hallaron. Años 1950 a 56. Quien más ha apreciado los yacimientos arqueológicos del pueblo de Casas de Millán ha sido el Padre Enrique.

Años después, en 1962, Antonio Sánchez Paredes publica una serie de artículos en la sección “A campo traviesa” del diario Extremadura, con el título “De paso por el Puerto de los Castaños”, en que frecuentemente hace referencia al padre Fray Enrique Escribano.
 
Así, al referirse al yacimiento de San Benito dice:

“En la llanada que al S., del castro de Santa Marina se extiende…se encuentran los restos que a mi juicio pudo ser un campamento…Parte de dicho castro, así como una pequeña parcela del campamento romano fueron excavados, hace años por el padre Fray Enrique Escribano”

En efecto, fueron los años 50 del siglo pasado, cuando el padre Escribano realiza excavaciones, tanto en el castro de Cáceres el Viejo, como en San Benito.
 
Pero no se ciñó a estos sitios, sino que sus sandalias franciscanas recorrieron por los aledaños del término de su pueblo. En el “Encinarillo”, perteneciente a los Estados de Grimaldo, el “castillo” de Grimaldo, donde ve el miliario que allí está. Precisamente Sánchez Paredes se queja diciendo: “Lo mismo acontece con las tres pequeñas excavaciones llevadas a cabo en los lugares indicados por el reverendo fray Enrique Escribano, O. F. M., pues no tengo noticias de que las haya publicado, lo cual no deja  de ser lamentable, porque nadie mejor que él podría suministrarnos más detalles.

Tebas también es lugar de sus averiguaciones. Lástima que no se hayan publicado los  descubrimientos de este “casito”, del que un tupido velo oculta su historia.
 
Pero reanudamos su labor en “El Palancar”

Finalizada su obra, es de nuevo despojado de sus logros.

Con problemas circulatorios, le trasladan a Cáceres; el colegio de San Antonio, en la calle Margallo lo recibe y allí acabaría sus días, recibiendo cristiana sepultura, no sin presenciar directamente, cómo otro fraile, pretende apropiarse de su obra, afirmando que ha sido destinado de Rector al Palancar, para llevar a cabo su restauración y convertirlo en un convento habitable.

El Palancar ya era una realidad y su restauración estaba finalizada.

Quizá el contemplar este hecho, fuese el momento de más grandeza de su vida, ya que sin abrir la boca, con humildad franciscana, pudo soportar que otro pretendiese robarle el mayor logro de su vida.

Tampoco su pueblo al que amó desmedidamente ha sabido reconocer sus méritos que fueron muchos, condenándole al olvido.

Falleció 7-9-1972, víspera de la fiesta de la Natividad de la Virgen María que como Madre y a la que había amado toda su vida y dedicado muchos desvelos tanto en Guadalupe, como en su propio pueblo natal, lo recibiría con los brazos abiertos junto a su Hijo. Se le enterró 8-9-1972 en Cáceres, mientras en Casas de Millán se celebraban las fiestas del pueblo.

Después de recorrer someramente esta vida de un “casito”, sigue pendiente la incógnita: ¿por qué se ha escamoteado y sigue escamoteándose la figura del Padre Enrique Escribano González, como el nombre del incansable paladín, que sería injusto olvidar?

En el recorrido  de datos sobre la restauración de El Palancar e incluso en la presentación que se hace turísticamente de él, se omite su nombre. Ahí queda tajo abierto para quien tenga mejores condiciones de historiador e investigador.

Y por supuesto, como otros “casitos”, sigue en el olvido sin que las próximas y posteriores generaciones del pueblo conozcan la historia de uno de ellos.

lunes, 30 de octubre de 2017

El Padre Enrique Escribano (I)


Si hemos encontrado hijos ilustres de Casas de Millán en los tiempos antiguos, también los ha habido en el siglo pasado.
 
Entre ellos podemos destacar al Padre Enrique, como normalmente era conocido en el pueblo.

Manuel Escribano González (Padre Enrique)

Iba a ser una nueva Navidad para la familia Escribano González. Después de la prematura muerte de Tomás, Manuel venía a llenar el hueco dejado en los corazones de Rodrigo y María. El día de Nochebuena de 1908 era una natividad dentro de la casa. Era su cuarto hijo.
 
Y… como ante cualquier ser humano, se presentaba también la incógnita bíblica: “¿qué va a ser de este niño?”. Su vida parece que estará ligada a otro nacimiento histórico que ocurrió hacía poco tiempo, 7/11/1908, la llegada a Guadalupe de los franciscanos y que determinará su vida.
 

Dios toma posesión de esta vida cristiana el día ( ) mediante el bautismo en la parroquia de S. Nicolás de Bari.
 
Manuel Escribano González, (Padre Enrique, en la vida religiosa), asistió a la escuela que probablemente tenía D. Galo Donaire de maestro nacional. Allí, con todos sus coetáneos aprendió las primeras letras, que después engrosaría con los conocimientos que su mente despierta y apasionada fue captando en la formación franciscano-religiosa.

Y como en todos los misterios personales seguirá la incógnita ¿qué influyó para que su destino fuera la vida religiosa franciscana?

Con su primo Alfonso, ingresa en Fuente del Maestre, para la formación que se daba y exigía a todo el que decía sentir la vocación religiosa para la vida franciscana. Él perseveró. Tendría unos 11 años.

Su segundo centro de formación es el convento de Loreto, sito en Bullullos de la Mitación, hoy Pastrana, (Sevilla), donde realiza los años de filosofía y noviciado; de allí  pasa a Guadalupe donde cursa los últimos años de corista, estudia la teología, y se ordena sacerdote, cantando su primera misa acto seguido.

La Orden, que ya había captado su valía intelectual, decide enviarlo para la ampliación de estudios a Roma. Corre el año1931. Allí, en la Universidad Pontificia, durante 4 años llega a doctorarse en Teología.

Finaliza su estancia en Roma sus superiores lo envían a ampliar estudios a Viena en 1938.

Consolidada su formación  académica, y con todo el conocimiento de saberes, no es difícil que se le nombre Maestro de Coristas en Guadalupe, donde se encarga a partir de su retorno, para dar clases de teología a los futuros frailes.

Como en todo ser inquieto y con tan buenas cualidades, comienza un desarrollo de ellas. Pronto se ve en la dirección de la revista” El Monasterio de Guadalupe”, (1941-1950) que aunque ya tenía una andadura de 24 años, necesita savia nueva para su continuidad. Allí encontrará a su buen colaborador y amigo Fray Arcángel Barrado Manzano.
 
Entre sus numerosos artículos nos podemos encontrar uno dedicado especialmente a “La Cofradía del Rosario de Casas de Millán y sus  Ordenanzas”.

No escapa tampoco a su inquietud investigadora, algo reivindicativo para su pueblo natal, al ver que con frecuencia en las citas se atribuye el lugar de nacimiento a la familia Trejo Paniagua en Plasencia. Para corregir tal dato histórico le contesta al publicista Sr. Araujo-Costa, escribiendo un pequeño artículo, dando cuenta de las partidas de bautismo de la familia, titulado “Partidas de bautismo del Excmo. Cardenal D. Gabriel Trejo Paniagua y hermanos”. Año 1944.

No cabe duda que estamos ante un hombre inquieto e inquietante. No deja indiferentes a los que por unas circunstancias u otras es tratado.
 

En los años siguientes, a la finalización de la guerra civil española, el monasterio es visitado por todas las personalidades del nuevo régimen, que acuden al santuario a venerar y dar pleitesía a la que es considerada Reina de la Hispanidad.

Su simpatía, que ocultaba un fuerte temperamento, mezclado con la paciencia franciscana, para la consecución de sus objetivos, le granjean la aceptación de cuantos le conocen y le permiten el acceso a cuantos despachos oficiales se propone. Es una persona adicta al nuevo estatus.

Basten dos pequeñas muestra de un diario suyo.

Por la mañana fui a Gobernación y hablé con D. Romualdo. Le resolví lo de las indulgencias por su madre (q.e.p.d.) Hablé con los vicarios de Plasencia, Coria y Madrid. Todos acudieron gustosos.
 
Por la tarde hablé con la Nunciatura que hizo lo mismo.
 

Hablé también con el arquitecto Sr. Riera, de Regiones Devastadas (Palancar, Casas de Millán, Guadalupe)

Por la tarde visité a Walter Meynen y al pintor austriaco Füerst que quiere ir a Guadalupe a restaurar los cuadros.
 
También hablé con Antonio Hernández Gil y visité en el sanatorio a su señora, Amalie.
 
Entre las reseñas de sociedad del ABC del día 26/06/1955, se dice: “bendijo la boda de Félix Hernández Gil y Gloria Gómez Ruiz en S. Jerónimo el Real, Fray Enrique Escribano O. F. M. del Monasterio de Guadalupe”.

Pone su pluma al servicio de la etapa del franquismo con la que tiene una gran afinidad. Colabora en la publicación de artículos en las revistas de Alcántara y la Biblioteca Extremeña del Movimiento. Participó en la redacción de folletos del Movimiento Nacional, al igual que Canilleros, José Luis Cotallos, otros intelectuales, etc.
 

Los muchos años desempeñando el puesto mencionado en la cuna de la Hispanidad, le proporcionan contactos con personalidades de todo tipo, hombres influyentes en las artes, la política, las letras, la medicina, las ciencias, que se desplazaba al santuario para venerar a la patrona de España.

Hay que reconocer que esta situación es aprovechada en beneficio no sólo del Santuario de Guadalupe, sino en otra obra que se le encomienda y emprendida por él y que veremos.

Lo encontramos junto a Jesús Rubio García-Mina, ministro de Educación inaugurando el 20 de mayo de 1957 el colegio “Reyes Católicos”, del que era gran artífice de este proyecto, en Guadalupe.

Sin entrar en valoraciones políticas, hay un hecho que va a dar lugar a una actuación del Padre Enrique.

Todos sabemos de cómo tanto a nivel popular como institucional hubo que hacer aportaciones de metales preciosos para el sostenimiento de la contienda civil. El Monasterio de Guadalupe aporta parte de sus tesoros a lo que se llamó la cruzada. Terminada la contienda el Padre Enrique inicia una campaña de recogida de limosnas y aportaciones pecuniarias para la construcción de un trono a la Virgen, realizado en oro y esmaltes, tarea que consigue llevar a cabo y ejecutar con la ayuda de prestigiosos orfebres amigos.

Recorrió Extremadura, animado por la gran devoción que tanto personalmente, como de los extremeños, tenían a su Virgen de Guadalupe; no quedaría frustrada. Lo consiguió. Cualquier visitante del monasterio puede contemplar en la edícula del trono formando parte del Camarín. Fue el trono construido en 1953, según los planos del arquitecto don Luis Menéndez Pidal.

Como anécdota, antes de pasar a otros aspectos, quiero dejar constancia de cómo también un “casito” interviene en algo importante relacionado con la V. de Guadalupe.

Dª Carmina, dueña de “Las Corchuelas” en aquellos momentos y relacionada con el P. Enrique, dona las andas de plata para la Virgen. Se hacen en Dos Hermanas, Sevilla, y una vez terminadas hay que trasladarlas a Guadalupe. Para ello se envía un tractor de la época, junto con dos servidores de confianza de la Señora. De estas personas uno es “casito”, Antonio Domínguez Durán, que tendrá que aguantar la vigilancia de una pareja de la Guardia Civil, alternándose de pueblo en pueblo.
 

Quedamos constancia gráfica de la llegada a Guadalupe, manifestando la alegría del fiel cumplimiento, con unos tragos de vino que Antonio exhibe.

Sus cualidades oratorias se hicieron famosas; la vehemencia y fogosidad ejercida y trasmitida desde el púlpito en los sermones impresionaban.
 
Este ímpetu en unos momentos de exaltación de todos los valores eternos y religiosos, contribuían a la aceptación de su persona en los medios más destacados de la nación.

Como en todo ser humano tenía también sus sombras. Ellas le impidieron acceder a puestos más altos, aunque llegó a Definidor, cargo inferior al de Provincial, que nunca alcanzó, según cuentan las crónicas, por la condición de vitalicio que pedía en el cargo, cosa que la Congregación no podía aceptar. Fue superior de convento.

lunes, 16 de octubre de 2017

Miguel del Barco González (y III)

Su obra literaria
 
Por último quisiera tocar, casi tangencialmente, la obra que tantos años estuvo desconocida, donde, como decía, se reflejan las cualidades de observador y escritor, que han diseñado la obra básica para la biología e historia de la Baja California: Historia natural y crónica de la Antigua California.
 
Al leer al jesuita se aprecian aquellas características comunes a una gran mayoría de los cronistas del Nuevo Continente. En efecto, Barco realiza prolijas descripciones morfológicas de muchas especies animales y vegetales, utiliza la comparación entre los ejemplares indígenas y españoles, menciona los nombres que los naturales del país dan a los diferentes seres vivos, constata la utilidad de los productos de la zona (sean estos animales, vegetales o minerales), realiza escarceos en asuntos etológicos, aporta datos ecológicos de interés, etc. 
 
Los once capítulos en que divide la obra nos dan idea de la riqueza de que venimos hablando para conocer a Miguel del Barco González.
 
I.- Los animales montaraces. II.- De los insectos y reptiles. III.- De las aves. IV.- De los árboles de naturaleza regular. V.- De los árboles de naturaleza irregular, o de los vegetales carnosos. VI.- De los arbustos, matas y yerbas. VII.- Del trigo. VIII.- De los mezcales y algunas raíces. IX.- De los peces. X.- De los Testáceos. XI.- De los minerales, salinas y piedras.
 
Uno de los aspectos más sobresalientes de la obra lo constituyen los párrafos en los que se muestra claramente el antecedente de la industria vinícola californiana, lo que constituye un buen ejemplo de la sustitución de especies autóctonas por otras llevadas a la península americana desde Europa.
Para ver también las condiciones de Miguel del Barco con capacidad para la organización, es que en dos ocasiones fue visitador general en el territorio de misiones, de 1751-54 y 1761-63.
 
Exilio de los jesuitas
 
Una vez más las ansias de poder sostenidas por las riquezas deseadas, causan el dolor, sin detenerse ante la inhumanidad de los despojos materiales y, sobre todo, espirituales de la formación y educación de los más pobres.
Nada más doloroso para un misionero que despojarle de su misión. Miguel tiene que sufrir este dolor.
 
Por esos años, después de tantos trabajos y sufrimientos, después de tanta sangre martirial, las misiones de la Compañía, también en las regiones más duras, como California o la Tarahumara, vivían una paz floreciente. Sin embargo, "el tiempo se estaba acabando para los jesuitas españoles en América, así como se había terminado para sus hermanos portugueses y franceses”.
 
Como había sucedido en otras cortes borbónicas, también en la de España los favoritos de la corte y los ministros, con las intrigas del primer ministro conde de Aranda, determinaron que el rey Carlos III expulsara a los jesuitas en 1767 de todos los territorios hispanos.
 
El 24 de junio de 1767 el virrey de México, ante altos funcionarios civiles y eclesiásticos, abrió un sobre sellado, en el que las instrucciones eran terminantes: "Si después de que se embarquen (en Veracruz) se encontrare en ese distrito un solo jesuita, aun enfermo o moribundo, sufriréis la pena de muerte. Yo el Rey".
 
Cursados los mensajes oportunos a todas las misiones, fueron acudiendo los misioneros en el curso de los meses. Los jesuitas, por ejemplo, que venían de la lejana Tarahumara se cruzaron, a mediados de agosto, con los franciscanos que iban a sustituirles allí —como también se ocuparon de las misiones abandonadas en California y en otros lugares—, y les informaron de todo cuanto pudiera interesarles.
 
Los 16 religiosos embarcaron el día 3 de febrero. Subieron los jesuitas al barco que no pudo zarpar esa noche por la falta de viento favorable. Al día siguiente 4 de febrero, por la madrugada, el viento sopló y La Concepción, barco construido en California, empezó a navegar con destino a Matanchel, en cuyo puerto desembarcaron. De ahí pasaron por Tepic y Guadalajara hasta llegar a Veracruz. 
 
Quince sacerdotes y un hermano coadjutor viajaban en el barco californiano; entre ellos estaban los padres Victoriano Arnés, Miguel del Barco, Juan Jacobo…”
 
Llegaron a la Ciudad de México. De aquí partieron para Veracruz el 28 de junio, en coches. Hicieron un alto en la villa y santuario de Guadalupe y obtuvieron autorización para visitar antes de su partida el santuario de Nuestra Señora de Guadalupe. La gente se apretujaba a saludarles en la posada en que estaban concentrados.
 
Llegados a Veracruz, puerto insalubre, murieron en pocos días 34 misioneros de los que viajaban en total.
 
Miguel del Barco sigue vivo entre los que el 13 de noviembre llegan a la Habana.
 
Poco antes de Navidad, cuenta Dunne, unidos a otros jesuitas que venían de Argentina y del Perú, el 23 de diciembre reembarcan para Cádiz, "partieron enfermos y tristes, abandonando para siempre el Nuevo Mundo. Salieron de América para vivir y morir en el destierro, lejos de sus misiones queridas y de sus hijos e hijas, sus neófitos".
 
La expulsión de la Compañía de Jesús, decretada por el rey Carlos III, fue un hecho injusto para unos hombres que no ambicionaban más que mejorar las condiciones de los indios, hombres que merecían gratitud, fueron expulsados como si fueran delincuentes.
 
Fue, precisamente, la defensa que hacían de los indios, uno de los motivos que originaron su expulsión, ya que impedían que los mineros y hacendados utilizaran a los indios como mano de obra barata.
 
Muchos colonos y funcionarios consideraban que las misiones jesuitas eran un impedimento para el desarrollo económico y por lo tanto debían ser retirados. Esta situación ocasionó un enfrentamiento permanente entre los jesuitas y muchos funcionarios, mineros y hacendados de las regiones donde trabajaban.
 
El proyecto evangelizador de los jesuitas promovía una sociedad indígena independiente de la novohispana, que no permitía que a los indios se les sometiera por la fuerza.
 
El 30 de marzo llegaron al puerto de Cádiz. Debieron ser momentos tristísimos para los misioneros españoles. Tras el dolor de tener que dejar sus queridas misiones, ahora, en su propia tierra son rechazados, al igual que lo habían sido sus correligionarios de Hispania, que ya habían salido.
 
Se les traslada a Puerto de Santa María, reuniéndose en un hospicio hasta 400 jesuitas.
 
Tuvieron que permanecer algún tiempo, hasta que posteriormente  a mediados de junio  1769 se embarcaron en un buque holandés que los llevó al puerto de Ostende habiendo dejado nuevamente quince compañeros sepultados.
 
En los inescrutables caminos del Señor, les esperan nuevos dolores y sufrimientos. No son gente grata en los estados pontificios.
 
La negativa del Papa a que desembarcaran los jesuitas españoles en los estados pontificios obligó a negociar con Francia un destino alternativo. Las conversaciones entre el embajador español en París, conde de Fuentes, y el secretario de estado francés, duque de Choiseul con la república de Génova para que permitiese temporalmente su desembarco en la costa genovesa, fracasaron, lo que obligó a volver a plantear el desembarco en la isla de Córcega, sumida en una guerra entre franceses e independentistas.
 
Finalmente, distribuidos los jesuitas así españoles como americanos en Bolonia, Roma, Ferrara y otras ciudades, pusieron lo que, como decía Unamuno, nadie les quitaría lo que llevaban bajo el sombrero, comenzando una etapa nueva en sus vidas, siempre al servicio de mayor gloria de Dios.
 
Los últimos años de la vida de Miguel del Barco son muy duros como hemos visto, pero su creatividad en Bolonia será fructífera, especialmente para la biología.
 
Poco es lo que sabemos del largo exilio de del Barco, desde 1768 hasta su muerte en 1790. Parece ser que hacia 1770, en Bolonia, inicia la redacción de su trabajo sobre California, finalizándolo hacia 1780.
 
Gracias a la intervención del incansable Dr. León-Portilla, salió a la luz la gran obra que escribió Miguel del Barco. Nos lo dice así: Tengo un documento más para mi amigo californiano, ahora profesor canoso y distinguido. Se trata de un manuscrito interesantísimo, olvidado durante largos siglos en una colección romana y dado a conocer en edición lujosa. El español Miguel del Barco pasó treinta años (1738-68) en la california peninsular.
 
Hasta hace muy poco tiempo el Padre del Barco era un desconocido para la historia de las Ciencias Naturales. Sin embargo, la publicación de su obra inédita Historia Natural de la An. C. en 1973 y posteriormente en 1989 dentro de la Colección Crónicas de América de Historia-16 permiten conocer cosas sobre su labor misionera y naturalista.
 
No solamente era desconocido Miguel del Barco para la ciencia y la historia, sino que, como ocurre en la vida humana, era desconocido para sus propios paisanos.
 
Se cuenta que Don Miguel León-Portilla, que descubrió a Miguel del Barco, escribió el libro “Historia natural y crónica de la antigua California” y luego viajó a España. Llegó al pueblo de Miguel del Barco. “Se entrevistó con el alcalde y le informó de todo lo realizado por el originario de ahí preguntándole “¿No creé que esto merezca una respuesta?” a lo que contesta “¡Pos sí! pero…” a lo que le responde don Miguel: “No señor, no hablamos de dinero, lo que necesitamos es que siquiera una calle de Casas de Millán, lleve el nombre de don Miguel del Barco”, accediendo el alcalde y haciendo la obra”.
 
Nota sobre la sesión del Ayuntamiento de Casas de Millán del 31 de Octubre de 1973, en la que se aprobó designar una calle a Miguel del Barco.
 
Apartado correspondiente a la aprobación. Dice:
 
“Por la propia Presidencia se hizo saber a los Srs. Concejales, que por el Imo. Sr. Director del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad de México, se había participado a esta alcaldía que por referido Instituto, había sido publicada la obra histórica titulada “Historia…” y de la cual era autor el misionero jesuita Miguel del Barco, nacido 1706 y fallecido en 1790, el cual era oriundo de esta localidad. Así mismo manifestaba dicho Sr. Director del citado Instituto que el autodicho misionero jesuita Sr. Del Barco, había realizado trabajos y estudios de vital importancia para la Baja California, habiendo dejado durante su existencia un arsenal incalculable de valiosos datos que si bien han permanecido ignorados, al salir a la luz pública le hacían acreedor a un homenaje póstumo, aunque sólo fuera el de darle el nombre a una calla en este su pueblo natal.
 
Enterados los Srs. Concejales de lo expuesto por la Presidencia, por unanimidad acordaron el dar el nombre de Miguel del Barco a la calle vulgarmente con el nombre de Egido Patero”
 

Y da la casualidad que se le asignó una calle, donde se encontraba un lugar semillero de la cultura y el conocimiento, las antiguas escuelas nacionales, de donde después han salido médicos, abogados, profesionales de la enseñanza, y tantos otros repartidos por la piel de toro.

Con un buen bagaje terrenal y espiritual Miguel del Barco González deja su peregrinar por la tierra, en Bolonia el 24 de Octubre de 1790, A.M.G.D. como reza el anagrama de los jesuitas.


lunes, 2 de octubre de 2017

Miguel del Barco González (II)

¿Cómo era la Misión de S. Francisco?
 
En una carta que el mismo Miguel del Barco escribe, nos describe un poco el aspecto territorial de la misión.
 
“Poco propicio resultaba el medio peninsular para la agricultura y la ganadería. La imagen de un verdadero páramo es la que, en el siguiente pasaje, ofrece el padre Miguel del Barco respecto del medio físico californiano: “puede decirse en general que su temple ( el de la península de California) es seco y caliente con exceso, y que la tierra es quebrada, áspera y estéril, cubierta casi toda de tierras, pedregales y arenas inútiles, escasa de lluvias y de manantiales, y por eso poco a propósito para ganados y del todo inepta para siembra y árboles frutales, si no hay agua con qué regarlos con frecuencia”
 
La sierra enmarca la belleza de la misión de San Javier, la segunda edificada en la California. Reúne todas las características buscadas por los misioneros evangelizadores: una fuente donde proveerse de agua en los arroyos que corren por los cañones; indios a los cuales convertir al catolicismo sin importar su estatus, y una fe inquebrantable por servir a su Dios. Testigo del pasado, la misión se embellece y con nostalgia se sienta en espera de los tiempos.
 
La fundación
 
La misión de San Francisco Javier fue fundada por el padre misionero de la orden de los jesuitas Francisco María Piccolo en marzo de 1699. El día 10 de ese mes el padre Piccolo llegó al sitio llamado por los nativos Viggé Biaundó.
 
Los nativos, de la etnia cochimí, los recibieron gustosos y, después de permanecer allí durante cuatro días, se retiraron para regresar poco tiempo después con el objeto de construir una capilla provisional y habitaciones rústicas. La capilla fue terminada ese mismo año y fue bendecida por el padre Juan María Salvatierra.
 
La misión de San Francisco Javier fue la segunda misión que establecieron los misioneros jesuitas en la península de Baja California en forma permanente, la primera fue la Misión de Nuestra Señora de Loreto (y Conchó).
 
El padre Juan de Ugarte arribó a la Misión de Nuestra Señora de Loreto Conchó el 10 de abril de 1701 y fue enviado a la recién fundada Misión de San Francisco Javier a causa de los conocidos talentos que el padre Ugarte tenía en agricultura. Una vez llegó a la misión comenzó con los cultivos de maíz, trigo, fríjol, caña de azúcar, uvas y árboles frutales. Para su riego construyó canales y piletas de piedra para conservar la escasa agua del lugar. El padre misionero introdujo en el lugar la crianza de animales domésticos.
 
A la muerte del padre Juan de Ugarte en el año 1730 en la misión que tanto amó, lo reemplazó el padre misionero Miguel del Barco, quien diseñó e inició la construcción definitiva de la iglesia el año 1744. La misión fue terminada en el año 1759.
 
Aunque todo religioso tiene como misión llevar el mensaje de Jesús, él, sin desatender la dedicación a la catequesis y administración de los sacramentos, prestó su atención especial y se destacó como constructor de sólidos y hermosos templos. Fabricó además bordos y canales para aprovechar al máximo la escasa agua de la región y cultivar las tierras. Escribió varios informes de sumo valor acerca de la península, fundamentales para el estudio de la Baja California.
 
Siempre ha sido norma dentro de la Compañía el aprovechamiento de las mejores cualidades de cada miembro, con una especialización singular.
 

Cuando los visitadores hablan de los esfuerzos y comportamientos de los misioneros de California, dicen de Miguel: “El padre Miguel del Barco trabaja… con aceptación de todos y mucho adelantamiento de la misión”
 
Desde el desconocido al importante
 
Ha sido Miguel León-Portilla, historiador mexicano y delegado de su país en la UNESCO, quien ha redactado una larga introducción al texto de del Barco que hace de él el siguiente comentario:
 
En resumen, puede decirse acerca de Barco que, si bien nunca perdió su mentalidad de escolástico, supo aunar ésta con su inclinación a las observaciones de la naturaleza y de las realidades culturales diferentes, como las que habría de encontrar entre los grupos nativos de California”.
 
Esas cualidades de observador y trabajador son las que, a pesar de la escasez de los recursos naturales de la región, con las que  pudo ir introduciendo una agricultura más pujante, comenzando por el huerto de la misión. El mismo nos dice: “En el huerto de la misión llegó a haber hasta 70 olivos, de los que se obtenía aceite. También había dos viñas, seguramente de buenas proporciones pues bastaban para elaborar cada año unas 100 tinajas de vino y unas 25 de aguardiente. Aunque anualmente se levantan unas 200 fanegas de maíz y otras tantas de trigo, la nutrida población indígena que tuvo en un principio necesitó siempre para su sustento de granos llevados del exterior. Sólo fue suficiente cuando ya sus indios eran muy pocos.”
 
Tuvo que plantearse en alguna ocasión las exigencias de ayudar, proporcionando alimentos a requerimiento de los encargados de las minas de plata, de las que  “afirmaba que solamente en un principio habían rendido algo las minas de plata, ya que al poco tiempo se agotaron o empezaron a emborrascarse las vetas”, a proporcionar alimentos. Él mismo nos dice también que su corazón de cristiano misionero no podía resistirse.
 
“En la cuestión de abastecer a Manuel de Ocio para alimentar a los mineros, el padre Miguel del Barco escribía: “eran tantas las instancias que hacían y las lástimas que lloraban (los pobladores de los reales de minas) que era menester tener un corazón de piedra para no ablandarse, y siquiera por la caridad humana era necesario darles, si no todo, a lo menos parte de lo que pedían”
 
Si hasta ahora hemos destacado sus cualidades agrícolas, no podemos dejar de echar una mirada a las dotes que tenía para la construcción. El templo de S. Francisco nos dará una muestra de ello. Pero al hablar de construcción no quiero dejar de ver las cualidades que tenía para la lógica vivencial y la observación minuciosa de la necesidad, poniendo en práctica aquel dicho de “discurre más un necesitado que cien abogados”.
 
Si para la agricultura tenía la experiencia de una climatología y pobreza de terreno en su Extremadura y lugares por donde había pasado durante sus estudios, no era menos la inexperiencia de la familiaridad con el mar. Pero como decía, era tal su capacidad de inteligencia que también se atrevió con la construcción de un barco de aquellos entornos. Nos lo cuenta así la historia: “informó al virrey marqués de Cruillas de la feliz terminación del navío” Es referente a un barco que tuvieron que hacer porque los otros estaban muy viejos. Barco de 17 y media varas de quilla limpia, 20 varas de la roda a la limera, 6 varas de manda y 2 varas tres cuartos de puntal”.
 
Y como dice el periodista Máximo Durán, en 19/11/2006  en El Periódico.
 
De “un jesuita natural de la localidad cacereña de Casas de Millán y un "gran desconocido" para sus propios paisanos, a pesar de ser un hombre "muy polifacético" y un "notable" arquitecto, ingeniero, naturalista, filósofo e historiador, además de construir  "la mejor iglesia levantada por los jesuitas en California", yo quiero solamente dar unas pinceladas de la vida de Miguel del Barco.
 
Sus dotes de constructor
 
Veamos ahora la iglesia levantada por Miguel y que aún sigue siendo admiración turística en California, cuando se hace la ruta de las misiones.
 
Los antecedentes de la iglesia los tenemos en la construcción que realizó Francisco María Piccolo, fundador de la misión, como se ha indicado más arriba.

La construcción de la hermosa iglesia de cantera empezó en 1744. Se le considera "la joya de las misiones de Baja California" por su bella e imponente arquitectura y el perfecto estado de conservación en que se encuentra. San Javier cautiva, porque es un remanso en el tiempo que nos transporta con las alas de la imaginación hacia los siglos antiguos, cuando la pitaya era el alimento más codiciado y cuando los olivos, hoy centenarios, eran apenas plantados por los misioneros.
 
Joya de la arquitectura californiana", así consideran al templo de San Francisco Javier muchos de los arquitectos que han realizado estudios al respecto, o que han conocido los templos que sembraron los colonizadores a lo largo de la ruta de las misiones, que va desde San José del cabo hasta el norte del actual estado de California, en Estados Unidos. La sobriedad de su diseño y lo macizo de su construcción, le confieren un toque de majestuosidad que otros no alcanzan.
 
Catorce años duró su construcción por la dificultad que hubo para acarrear la piedra del arroyo de Santo Domingo y, por otra parte, por la escasez de artesanos especializados, como: maestros de obra, albañiles y carpinteros. En 1744 inicio su construcción el Padre Miguel del Barco, tuvo que suspender los trabajos durante largos periodos, hasta que lograba tener los obreros que requería. Edificada totalmente de cal y canto, incluyendo la escalera circular, que conduce al coro, cuyos peldaños están hechos de piedra de una sola pieza, diseñados de tal forma que ellos mismos integran la columna que los sostiene. El conjunto arquitectónico incluyó la sacristía, una bella fuente y jardines exteriores, cementerio y casa para el misionero. Se logró concluir la obra en el año de 1759.
 
Vista aérea de San Javier, Abril 27, 1961
La iglesia de piedra, se mantiene aún en su estado original, contiene un retablo dorado con cinco óleos, traídos de México en treinta y dos cajas; estatuas de San Francisco Javier y Nuestra señora de Guadalupe y un crucifijo, todos del siglo XVIII. Dos de las campanas llevan la fecha de 1761 y la tercera de 1803. Aunque abandonada en 1817 debido a la decadencia de la población indígena, se ha mantenido bajo un estado de conservación adecuado. Ésta, y la misión de Loreto, son las únicas que actualmente existen en el municipio de Loreto.
 
Establecieron el primer camino de herradura entre Loreto y esta población.
 
Como ya se mencionó, fabricaron el templo más hermoso de todas las californias, afortunadamente en pie y en proceso de restauración y embellecimiento; tarea que no admite descanso.
 
El exterior del templo es de por sí formidable. Del Barco y sus catecúmenos no sólo se preocuparon por levantar un inmueble sólido y robusto, sino que lo dotaron de bellos decorados barrocos labrados en piedra. El interior, con tres retablos churriguerescos, es aún más sorprendente, sobre todo cuando se le admira después de haber atravesado la árida sierra de La Giganta.
 
Con esculturas y óleos de primera calidad, los retablos mandados traer del colegio de Tepotzotlán, en las afueras de Ciudad México, fueron empaquetados en 32 cajas y, a lomo de mula y en barco llegaron hasta la misión. Hoy se hace dicho recorrido en  menos de una hora en automóvil desde Loreto hasta San Javier, cuando en aquellos tiempos se necesitaban tres días sólo para ese último tramo.
 
Particularmente notable es la milagrosa imagen de San Francisco Javier en el retablo del altar mayor. Sus fiestas atraen devotos de toda la península y del otro lado del Mar de Cortés. La imagen tiene los ojos rasgados, como si el santo navarro se hubiera mimetizado con los chinos y japoneses a quienes evangelizó en el siglo XVI. ¿Fue ingenuidad del tallador de imágenes que la fabricó? En todo caso se trata de una escultura antológica.

lunes, 18 de septiembre de 2017

Miguel del Barco González (I)

CUADRO CRONOLÓGICO
  • Nace el 13/11/1706
  • Estudios en Salamanca
  • Ingresó en la Compañía con 21 años: 18 de mayo de1728
  • Salida al Nuevo Mundo y conclusión de la teología 1735-1736
  • Ordenación: 3/09/1736
  • Misión en S. José del Cabo: 1737-38
  • Misión en la Baja California: S. Javier de Biaundó 1738-68
  • Visitador en California: 1751-54 y 1761-63
  • Expulsión: 1767-68
  • Bolonia: 1768-90
  • Muere el 24 de octubre de 1790

Si hemos destacado las figuras de los hermanos Trejo Paniagua en el siglo XVII, no les fue a la zaga en importancia, el nacimiento, a principios del siguiente siglo, del eclesiástico Miguel Fernández del Barco González.
 
Estaba terminando el año 1706, y, el 13 de Noviembre, hace presencia entre nosotros este posterior e insigne jesuita, misionero, biólogo y escritor, que tanta importancia tendría para el conocimiento de la Baja California y su historia.
Sus padres, Juan Fernández del Barco e Isabel González, cristianos viejos. Lo mismo que sus abuelos. Su familia fraternal compuesta por varios hermanos.
 
Su partida de bautismo L. 5 Fol. 218 dice:
 
En el lugar de Casas de Millán en veinte y un día del mes de Noviembre de mil setecientos y seis años el Ldo Francisco Fernández del Barco teniente de cura de la Parroquial de S. Nicolás de este dicho lugar bapticé según el ritual romano a Miguel hijo de Juan Fernández del Barco y de Isabel González, su mujer. Su padrino el Ldo. Miguel Rosado clérigo de menores órdenes y dijeron haber nacido el día trece de dicho mes y años y por ser verdad lo firmé, fecha ut supra.
 
Firma Francisco Fernández del Barco
 
Nota marginal: Miguel. Entró en la Compañía de Jesús. Año de 1728
 
Tiene varios hermanos, Juan, Isabel, José, Isabel y Francisco.
 
Es muy probable que la familia del joven Miguel tuviera una posición relativamente acomodada, pues el cambio de apellido primero, de Fernández por el del Barco, lo indica. Además, antes de ingresar en la Compañía de Jesús, estudió filosofía y jurisprudencia en la Universidad de Salamanca y fue maestro de gramática.
 
Aún no había cumplido los veintidós años cuando entró en el noviciado que la Compañía poseía en Villagarcía de Campos (Valladolid), el 18 de mayo de 1728.
 

A partir de este momento, la vida de Miguel del Barco se desarrolla en cuatro etapas perfectamente delimitadas: el periodo comprendido entre 1728 y 1735, que corresponde a su formación religiosa; los tres años (1735-1738) en la región central de México; la etapa de misionero en la Baja California, comprendida entre 1738 a 1768; y sus últimos años de exilio, consecuencia de la expulsión de los jesuitas, en Bolonia (1768-1790).
 
Su periodo de noviciado permanece en Villagarcía de Campos. Son años en los que el frío clima de Castilla y la rígida disciplina formativa de los jesuitas van forjando un poco más el carácter y la mente del joven Miguel.
Y, como a andar se aprende andando, tiene que practicar la enseñanza de la gramática. Sus estudios de filosofía tienen que ser puestos al día en Santiago de Compostela.
 
Cuando entra en el noviciado y lo termina, enseña gramática en el colegio de Monterrey y repasa filosofía en Santiago de Compostela.
 
Nuevamente vuelve a Salamanca, donde empezó y terminó los estudios de Teología.
 
Con este bagaje de conocimientos y maduración humana, ya puede empezar su labor misionera.
 
En 1735 viajó al virreinato de Nueva España, entidad político-administrativa establecida por los monarcas españoles durante el período colonial en los territorios del actual Méjico, para iniciar sus actividades como misionero.
 
La llegada a México de los jesuitas en 1572 se produce en el momento más oportuno. La Compañía de Jesús, apenas nacida en la Iglesia, presta en la Nueva España una ayuda de gran valor en colegios y centros educativos. Hacia 1645, la Compañía tenía en México 401 jesuitas, de los cuales unos atendían dieciocho colegios, cada uno de ellos con más de seis sujetos, y otros atendían parroquias o misiones (+Lopetegui-Zubillaga, Historia 729).
 
Ilusionado y ansioso de cumplir su misión evangelizadora, después de  163 años de presencia de los jesuitas en Méjico, llegará el buen “casito” de Miguel del Barco
 
Zarpó en 1735 de Cádiz hacia Nueva España (México) en una fragata que naufragó cerca de Veracruz (México), aunque el grupo de jesuitas que formaban parte de aquella expedición,  llegó felizmente a San Juan de Ulúa.
 
En el colegio Máximo de México, completó sus estudios de teología (1735-1736) mientras asistía a los afectados por la epidemia de matlazáhualtl (fiebre tifoidea). Peste que causó miles de muertes, y como siempre, principalmente en la clase más empobrecida.
 
Probablemente hacia 1737, pocos meses después de su ordenación, 3/09/1736 trabajó en Puebla de los Ángeles. No fueron ciertamente fáciles los trabajos de asistencia en una situación de peste.
 
Hacia finales de 1738 o comienzos 1739, se encaminó a California e inició su trabajo misional en San Javier. Luego trabajó en el Sur, seguramente en las misiones de San José del Cabo, Santiago, La Paz y Todos los Santos.
 
Pero la mayor parte de su vida misionera se había de desarrollar en la misión de S. Javier. Allá se dirige sobre el año 1741, donde se establecerá hasta que sean expulsados las jesuitas de estas regiones.
 
Misión de California
 
¿Sus tierras?
 
Durante casi dos siglos, hasta fines del XVII, la isla o península de California se mantuvo ajena a México, apenas conocida, y desde luego inconquistable. Hernán Cortés fue el descubridor de California, así llamada por primera vez en 
1552 por el historiador Francisco López de Gómara, capellán de Cortés.
 
Aquella era tierra inhabitable (calida fornax, horno ardiente), áspera y estéril, en la que no podían mantenerse los pobladores, que a los pocos meses se veían obligados a regresar a México. De tal manera que se intentó en varias ocasiones conquistarla.
 
Intentaron conquistarla El Virrey Mendoza, Pedro de Alvarado y Juan Rodríguez, Sebastián Vizcaíno, etc. Vizcaíno fundó Monterrey.
 
Carlos II, en fin, ordena un nuevo intento, y en 1683 parten dos naves conducidas por el almirante Atondo, y en ellas van el padre Kino y dos jesuitas más. Pero tras año y medio de trabajos y misiones, se ven obligados todos a abandonar California.
 
El padre Baegert, que sirvió 17 años en la misión de San Luis Gonzaga, dice que California «es una extensa roca que emerge del agua, cubierta de inmensos zarzales, y donde no hay praderas, ni montes, ni sombras, ni ríos, ni lluvias» (+Trueba, Ensanchadores 16). En realidad existían en la península de California algunas regiones en las que había tierra cultivable, pero con frecuencia sin agua, y donde había agua, faltaba tierra... Por eso hasta fines del XVII la exploración de California se hacía normalmente en barco, costeando el litoral. Las travesías por tierra, a pie o a caballo, con aquel calor ardiente, sin sombras y con grave escasez de agua, resultaban apenas soportables.
 
¿Sus gentes?
 
Los indios californios eran nómadas, dormían sobre el suelo, y casi nunca tres noches en el mismo lugar. Andaban desnudos, las mujeres con una especie de cinturón, y no tenían construcciones. Su alimentación era un prodigio de supervivencia.
 
Después del fracaso de veinte expediciones civiles o militares, a veces muy potentes, la armada del Señor que había de hacer la conquista espiritual de California estaba compuesta por dos jesuitas, cinco soldados con su cabo, y tres indios, de Sinaloa, Sonora y Guadalajara, más treinta vacas, once caballos, diez ovejas y cuatro cerdos -que, por cierto, hubieron éstos de ser sacrificados, pues inspiraban a los indios un terror invencible-. Pero una vez más, lo que no habían podido hacer las armas, lo hizo la fe de los misioneros, que, aun hoy día, siguen siendo objeto de admiración. Y los jesuitas, religiosos siempre de “fronteras”, van a conquistar, con esta arma a los californianos.
 
En efecto, los jesuitas, en 1697, entraron allí para servir a Cristo en sus hermanos más pequeños: «Lo que hicisteis con alguno de estos mis más pequeños hermanos, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40). Y cuando fueron expulsados en 1767, tenían ya 12.000 indios reunidos en 18 centros misionales.
Pero vamos a ceñirnos al territorio que le toca a Miguel del Barco evangelizar, que no es otra cosa que llevar la humanización al ser homínido, cuando las circunstancias son adversas.