¿Cómo era la Misión de S. Francisco?
En una carta que el mismo Miguel del Barco escribe, nos describe un poco el aspecto territorial de la misión.
“Poco propicio resultaba el medio peninsular para la agricultura y la ganadería. La imagen de un verdadero páramo es la que, en el siguiente pasaje, ofrece el padre Miguel del Barco respecto del medio físico californiano: “puede decirse en general que su temple ( el de la península de California) es seco y caliente con exceso, y que la tierra es quebrada, áspera y estéril, cubierta casi toda de tierras, pedregales y arenas inútiles, escasa de lluvias y de manantiales, y por eso poco a propósito para ganados y del todo inepta para siembra y árboles frutales, si no hay agua con qué regarlos con frecuencia”
La sierra enmarca la belleza de la misión de San Javier, la segunda edificada en la California. Reúne todas las características buscadas por los misioneros evangelizadores: una fuente donde proveerse de agua en los arroyos que corren por los cañones; indios a los cuales convertir al catolicismo sin importar su estatus, y una fe inquebrantable por servir a su Dios. Testigo del pasado, la misión se embellece y con nostalgia se sienta en espera de los tiempos.
La fundación
La misión de San Francisco Javier fue fundada por el padre misionero de la orden de los jesuitas Francisco María Piccolo en marzo de 1699. El día 10 de ese mes el padre Piccolo llegó al sitio llamado por los nativos Viggé Biaundó.
Los nativos, de la etnia cochimí, los recibieron gustosos y, después de permanecer allí durante cuatro días, se retiraron para regresar poco tiempo después con el objeto de construir una capilla provisional y habitaciones rústicas. La capilla fue terminada ese mismo año y fue bendecida por el padre Juan María Salvatierra.
La misión de San Francisco Javier fue la segunda misión que establecieron los misioneros jesuitas en la península de Baja California en forma permanente, la primera fue la Misión de Nuestra Señora de Loreto (y Conchó).
El padre Juan de Ugarte arribó a la Misión de Nuestra Señora de Loreto Conchó el 10 de abril de 1701 y fue enviado a la recién fundada Misión de San Francisco Javier a causa de los conocidos talentos que el padre Ugarte tenía en agricultura. Una vez llegó a la misión comenzó con los cultivos de maíz, trigo, fríjol, caña de azúcar, uvas y árboles frutales. Para su riego construyó canales y piletas de piedra para conservar la escasa agua del lugar. El padre misionero introdujo en el lugar la crianza de animales domésticos.
A la muerte del padre Juan de Ugarte en el año 1730 en la misión que tanto amó, lo reemplazó el padre misionero Miguel del Barco, quien diseñó e inició la construcción definitiva de la iglesia el año 1744. La misión fue terminada en el año 1759.
Aunque todo religioso tiene como misión llevar el mensaje de Jesús, él, sin desatender la dedicación a la catequesis y administración de los sacramentos, prestó su atención especial y se destacó como constructor de sólidos y hermosos templos. Fabricó además bordos y canales para aprovechar al máximo la escasa agua de la región y cultivar las tierras. Escribió varios informes de sumo valor acerca de la península, fundamentales para el estudio de la Baja California.
Siempre ha sido norma dentro de la Compañía el aprovechamiento de las mejores cualidades de cada miembro, con una especialización singular.
Cuando los visitadores hablan de los esfuerzos y comportamientos de los misioneros de California, dicen de Miguel: “El padre Miguel del Barco trabaja… con aceptación de todos y mucho adelantamiento de la misión”
Cuando los visitadores hablan de los esfuerzos y comportamientos de los misioneros de California, dicen de Miguel: “El padre Miguel del Barco trabaja… con aceptación de todos y mucho adelantamiento de la misión”
Desde el desconocido al importante
Ha sido Miguel León-Portilla, historiador mexicano y delegado de su país en la UNESCO, quien ha redactado una larga introducción al texto de del Barco que hace de él el siguiente comentario:
En resumen, puede decirse acerca de Barco que, si bien nunca perdió su mentalidad de escolástico, supo aunar ésta con su inclinación a las observaciones de la naturaleza y de las realidades culturales diferentes, como las que habría de encontrar entre los grupos nativos de California”.
Esas cualidades de observador y trabajador son las que, a pesar de la escasez de los recursos naturales de la región, con las que pudo ir introduciendo una agricultura más pujante, comenzando por el huerto de la misión. El mismo nos dice: “En el huerto de la misión llegó a haber hasta 70 olivos, de los que se obtenía aceite. También había dos viñas, seguramente de buenas proporciones pues bastaban para elaborar cada año unas 100 tinajas de vino y unas 25 de aguardiente. Aunque anualmente se levantan unas 200 fanegas de maíz y otras tantas de trigo, la nutrida población indígena que tuvo en un principio necesitó siempre para su sustento de granos llevados del exterior. Sólo fue suficiente cuando ya sus indios eran muy pocos.”
Tuvo que plantearse en alguna ocasión las exigencias de ayudar, proporcionando alimentos a requerimiento de los encargados de las minas de plata, de las que “afirmaba que solamente en un principio habían rendido algo las minas de plata, ya que al poco tiempo se agotaron o empezaron a emborrascarse las vetas”, a proporcionar alimentos. Él mismo nos dice también que su corazón de cristiano misionero no podía resistirse.
“En la cuestión de abastecer a Manuel de Ocio para alimentar a los mineros, el padre Miguel del Barco escribía: “eran tantas las instancias que hacían y las lástimas que lloraban (los pobladores de los reales de minas) que era menester tener un corazón de piedra para no ablandarse, y siquiera por la caridad humana era necesario darles, si no todo, a lo menos parte de lo que pedían”
Si hasta ahora hemos destacado sus cualidades agrícolas, no podemos dejar de echar una mirada a las dotes que tenía para la construcción. El templo de S. Francisco nos dará una muestra de ello. Pero al hablar de construcción no quiero dejar de ver las cualidades que tenía para la lógica vivencial y la observación minuciosa de la necesidad, poniendo en práctica aquel dicho de “discurre más un necesitado que cien abogados”.
Si para la agricultura tenía la experiencia de una climatología y pobreza de terreno en su Extremadura y lugares por donde había pasado durante sus estudios, no era menos la inexperiencia de la familiaridad con el mar. Pero como decía, era tal su capacidad de inteligencia que también se atrevió con la construcción de un barco de aquellos entornos. Nos lo cuenta así la historia: “informó al virrey marqués de Cruillas de la feliz terminación del navío” Es referente a un barco que tuvieron que hacer porque los otros estaban muy viejos. Barco de 17 y media varas de quilla limpia, 20 varas de la roda a la limera, 6 varas de manda y 2 varas tres cuartos de puntal”.
Y como dice el periodista Máximo Durán, en 19/11/2006 en El Periódico.
De “un jesuita natural de la localidad cacereña de Casas de Millán y un "gran desconocido" para sus propios paisanos, a pesar de ser un hombre "muy polifacético" y un "notable" arquitecto, ingeniero, naturalista, filósofo e historiador, además de construir "la mejor iglesia levantada por los jesuitas en California", yo quiero solamente dar unas pinceladas de la vida de Miguel del Barco.
Sus dotes de constructor
Veamos ahora la iglesia levantada por Miguel y que aún sigue siendo admiración turística en California, cuando se hace la ruta de las misiones.
Los antecedentes de la iglesia los tenemos en la construcción que realizó Francisco María Piccolo, fundador de la misión, como se ha indicado más arriba.
La construcción de la hermosa iglesia de cantera empezó en 1744. Se le considera "la joya de las misiones de Baja California" por su bella e imponente arquitectura y el perfecto estado de conservación en que se encuentra. San Javier cautiva, porque es un remanso en el tiempo que nos transporta con las alas de la imaginación hacia los siglos antiguos, cuando la pitaya era el alimento más codiciado y cuando los olivos, hoy centenarios, eran apenas plantados por los misioneros.
Joya de la arquitectura californiana", así consideran al templo de San Francisco Javier muchos de los arquitectos que han realizado estudios al respecto, o que han conocido los templos que sembraron los colonizadores a lo largo de la ruta de las misiones, que va desde San José del cabo hasta el norte del actual estado de California, en Estados Unidos. La sobriedad de su diseño y lo macizo de su construcción, le confieren un toque de majestuosidad que otros no alcanzan.
Catorce años duró su construcción por la dificultad que hubo para acarrear la piedra del arroyo de Santo Domingo y, por otra parte, por la escasez de artesanos especializados, como: maestros de obra, albañiles y carpinteros. En 1744 inicio su construcción el Padre Miguel del Barco, tuvo que suspender los trabajos durante largos periodos, hasta que lograba tener los obreros que requería. Edificada totalmente de cal y canto, incluyendo la escalera circular, que conduce al coro, cuyos peldaños están hechos de piedra de una sola pieza, diseñados de tal forma que ellos mismos integran la columna que los sostiene. El conjunto arquitectónico incluyó la sacristía, una bella fuente y jardines exteriores, cementerio y casa para el misionero. Se logró concluir la obra en el año de 1759.
Vista aérea de San Javier, Abril 27, 1961 |
La iglesia de piedra, se mantiene aún en su estado original, contiene un retablo dorado con cinco óleos, traídos de México en treinta y dos cajas; estatuas de San Francisco Javier y Nuestra señora de Guadalupe y un crucifijo, todos del siglo XVIII. Dos de las campanas llevan la fecha de 1761 y la tercera de 1803. Aunque abandonada en 1817 debido a la decadencia de la población indígena, se ha mantenido bajo un estado de conservación adecuado. Ésta, y la misión de Loreto, son las únicas que actualmente existen en el municipio de Loreto.
Establecieron el primer camino de herradura entre Loreto y esta población.
Como ya se mencionó, fabricaron el templo más hermoso de todas las californias, afortunadamente en pie y en proceso de restauración y embellecimiento; tarea que no admite descanso.
El exterior del templo es de por sí formidable. Del Barco y sus catecúmenos no sólo se preocuparon por levantar un inmueble sólido y robusto, sino que lo dotaron de bellos decorados barrocos labrados en piedra. El interior, con tres retablos churriguerescos, es aún más sorprendente, sobre todo cuando se le admira después de haber atravesado la árida sierra de La Giganta.
Con esculturas y óleos de primera calidad, los retablos mandados traer del colegio de Tepotzotlán, en las afueras de Ciudad México, fueron empaquetados en 32 cajas y, a lomo de mula y en barco llegaron hasta la misión. Hoy se hace dicho recorrido en menos de una hora en automóvil desde Loreto hasta San Javier, cuando en aquellos tiempos se necesitaban tres días sólo para ese último tramo.
Particularmente notable es la milagrosa imagen de San Francisco Javier en el retablo del altar mayor. Sus fiestas atraen devotos de toda la península y del otro lado del Mar de Cortés. La imagen tiene los ojos rasgados, como si el santo navarro se hubiera mimetizado con los chinos y japoneses a quienes evangelizó en el siglo XVI. ¿Fue ingenuidad del tallador de imágenes que la fabricó? En todo caso se trata de una escultura antológica.
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