lunes, 30 de octubre de 2017

El Padre Enrique Escribano (I)


Si hemos encontrado hijos ilustres de Casas de Millán en los tiempos antiguos, también los ha habido en el siglo pasado.
 
Entre ellos podemos destacar al Padre Enrique, como normalmente era conocido en el pueblo.

Manuel Escribano González (Padre Enrique)

Iba a ser una nueva Navidad para la familia Escribano González. Después de la prematura muerte de Tomás, Manuel venía a llenar el hueco dejado en los corazones de Rodrigo y María. El día de Nochebuena de 1908 era una natividad dentro de la casa. Era su cuarto hijo.
 
Y… como ante cualquier ser humano, se presentaba también la incógnita bíblica: “¿qué va a ser de este niño?”. Su vida parece que estará ligada a otro nacimiento histórico que ocurrió hacía poco tiempo, 7/11/1908, la llegada a Guadalupe de los franciscanos y que determinará su vida.
 

Dios toma posesión de esta vida cristiana el día ( ) mediante el bautismo en la parroquia de S. Nicolás de Bari.
 
Manuel Escribano González, (Padre Enrique, en la vida religiosa), asistió a la escuela que probablemente tenía D. Galo Donaire de maestro nacional. Allí, con todos sus coetáneos aprendió las primeras letras, que después engrosaría con los conocimientos que su mente despierta y apasionada fue captando en la formación franciscano-religiosa.

Y como en todos los misterios personales seguirá la incógnita ¿qué influyó para que su destino fuera la vida religiosa franciscana?

Con su primo Alfonso, ingresa en Fuente del Maestre, para la formación que se daba y exigía a todo el que decía sentir la vocación religiosa para la vida franciscana. Él perseveró. Tendría unos 11 años.

Su segundo centro de formación es el convento de Loreto, sito en Bullullos de la Mitación, hoy Pastrana, (Sevilla), donde realiza los años de filosofía y noviciado; de allí  pasa a Guadalupe donde cursa los últimos años de corista, estudia la teología, y se ordena sacerdote, cantando su primera misa acto seguido.

La Orden, que ya había captado su valía intelectual, decide enviarlo para la ampliación de estudios a Roma. Corre el año1931. Allí, en la Universidad Pontificia, durante 4 años llega a doctorarse en Teología.

Finaliza su estancia en Roma sus superiores lo envían a ampliar estudios a Viena en 1938.

Consolidada su formación  académica, y con todo el conocimiento de saberes, no es difícil que se le nombre Maestro de Coristas en Guadalupe, donde se encarga a partir de su retorno, para dar clases de teología a los futuros frailes.

Como en todo ser inquieto y con tan buenas cualidades, comienza un desarrollo de ellas. Pronto se ve en la dirección de la revista” El Monasterio de Guadalupe”, (1941-1950) que aunque ya tenía una andadura de 24 años, necesita savia nueva para su continuidad. Allí encontrará a su buen colaborador y amigo Fray Arcángel Barrado Manzano.
 
Entre sus numerosos artículos nos podemos encontrar uno dedicado especialmente a “La Cofradía del Rosario de Casas de Millán y sus  Ordenanzas”.

No escapa tampoco a su inquietud investigadora, algo reivindicativo para su pueblo natal, al ver que con frecuencia en las citas se atribuye el lugar de nacimiento a la familia Trejo Paniagua en Plasencia. Para corregir tal dato histórico le contesta al publicista Sr. Araujo-Costa, escribiendo un pequeño artículo, dando cuenta de las partidas de bautismo de la familia, titulado “Partidas de bautismo del Excmo. Cardenal D. Gabriel Trejo Paniagua y hermanos”. Año 1944.

No cabe duda que estamos ante un hombre inquieto e inquietante. No deja indiferentes a los que por unas circunstancias u otras es tratado.
 

En los años siguientes, a la finalización de la guerra civil española, el monasterio es visitado por todas las personalidades del nuevo régimen, que acuden al santuario a venerar y dar pleitesía a la que es considerada Reina de la Hispanidad.

Su simpatía, que ocultaba un fuerte temperamento, mezclado con la paciencia franciscana, para la consecución de sus objetivos, le granjean la aceptación de cuantos le conocen y le permiten el acceso a cuantos despachos oficiales se propone. Es una persona adicta al nuevo estatus.

Basten dos pequeñas muestra de un diario suyo.

Por la mañana fui a Gobernación y hablé con D. Romualdo. Le resolví lo de las indulgencias por su madre (q.e.p.d.) Hablé con los vicarios de Plasencia, Coria y Madrid. Todos acudieron gustosos.
 
Por la tarde hablé con la Nunciatura que hizo lo mismo.
 

Hablé también con el arquitecto Sr. Riera, de Regiones Devastadas (Palancar, Casas de Millán, Guadalupe)

Por la tarde visité a Walter Meynen y al pintor austriaco Füerst que quiere ir a Guadalupe a restaurar los cuadros.
 
También hablé con Antonio Hernández Gil y visité en el sanatorio a su señora, Amalie.
 
Entre las reseñas de sociedad del ABC del día 26/06/1955, se dice: “bendijo la boda de Félix Hernández Gil y Gloria Gómez Ruiz en S. Jerónimo el Real, Fray Enrique Escribano O. F. M. del Monasterio de Guadalupe”.

Pone su pluma al servicio de la etapa del franquismo con la que tiene una gran afinidad. Colabora en la publicación de artículos en las revistas de Alcántara y la Biblioteca Extremeña del Movimiento. Participó en la redacción de folletos del Movimiento Nacional, al igual que Canilleros, José Luis Cotallos, otros intelectuales, etc.
 

Los muchos años desempeñando el puesto mencionado en la cuna de la Hispanidad, le proporcionan contactos con personalidades de todo tipo, hombres influyentes en las artes, la política, las letras, la medicina, las ciencias, que se desplazaba al santuario para venerar a la patrona de España.

Hay que reconocer que esta situación es aprovechada en beneficio no sólo del Santuario de Guadalupe, sino en otra obra que se le encomienda y emprendida por él y que veremos.

Lo encontramos junto a Jesús Rubio García-Mina, ministro de Educación inaugurando el 20 de mayo de 1957 el colegio “Reyes Católicos”, del que era gran artífice de este proyecto, en Guadalupe.

Sin entrar en valoraciones políticas, hay un hecho que va a dar lugar a una actuación del Padre Enrique.

Todos sabemos de cómo tanto a nivel popular como institucional hubo que hacer aportaciones de metales preciosos para el sostenimiento de la contienda civil. El Monasterio de Guadalupe aporta parte de sus tesoros a lo que se llamó la cruzada. Terminada la contienda el Padre Enrique inicia una campaña de recogida de limosnas y aportaciones pecuniarias para la construcción de un trono a la Virgen, realizado en oro y esmaltes, tarea que consigue llevar a cabo y ejecutar con la ayuda de prestigiosos orfebres amigos.

Recorrió Extremadura, animado por la gran devoción que tanto personalmente, como de los extremeños, tenían a su Virgen de Guadalupe; no quedaría frustrada. Lo consiguió. Cualquier visitante del monasterio puede contemplar en la edícula del trono formando parte del Camarín. Fue el trono construido en 1953, según los planos del arquitecto don Luis Menéndez Pidal.

Como anécdota, antes de pasar a otros aspectos, quiero dejar constancia de cómo también un “casito” interviene en algo importante relacionado con la V. de Guadalupe.

Dª Carmina, dueña de “Las Corchuelas” en aquellos momentos y relacionada con el P. Enrique, dona las andas de plata para la Virgen. Se hacen en Dos Hermanas, Sevilla, y una vez terminadas hay que trasladarlas a Guadalupe. Para ello se envía un tractor de la época, junto con dos servidores de confianza de la Señora. De estas personas uno es “casito”, Antonio Domínguez Durán, que tendrá que aguantar la vigilancia de una pareja de la Guardia Civil, alternándose de pueblo en pueblo.
 

Quedamos constancia gráfica de la llegada a Guadalupe, manifestando la alegría del fiel cumplimiento, con unos tragos de vino que Antonio exhibe.

Sus cualidades oratorias se hicieron famosas; la vehemencia y fogosidad ejercida y trasmitida desde el púlpito en los sermones impresionaban.
 
Este ímpetu en unos momentos de exaltación de todos los valores eternos y religiosos, contribuían a la aceptación de su persona en los medios más destacados de la nación.

Como en todo ser humano tenía también sus sombras. Ellas le impidieron acceder a puestos más altos, aunque llegó a Definidor, cargo inferior al de Provincial, que nunca alcanzó, según cuentan las crónicas, por la condición de vitalicio que pedía en el cargo, cosa que la Congregación no podía aceptar. Fue superior de convento.

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