lunes, 16 de octubre de 2017

Miguel del Barco González (y III)

Su obra literaria
 
Por último quisiera tocar, casi tangencialmente, la obra que tantos años estuvo desconocida, donde, como decía, se reflejan las cualidades de observador y escritor, que han diseñado la obra básica para la biología e historia de la Baja California: Historia natural y crónica de la Antigua California.
 
Al leer al jesuita se aprecian aquellas características comunes a una gran mayoría de los cronistas del Nuevo Continente. En efecto, Barco realiza prolijas descripciones morfológicas de muchas especies animales y vegetales, utiliza la comparación entre los ejemplares indígenas y españoles, menciona los nombres que los naturales del país dan a los diferentes seres vivos, constata la utilidad de los productos de la zona (sean estos animales, vegetales o minerales), realiza escarceos en asuntos etológicos, aporta datos ecológicos de interés, etc. 
 
Los once capítulos en que divide la obra nos dan idea de la riqueza de que venimos hablando para conocer a Miguel del Barco González.
 
I.- Los animales montaraces. II.- De los insectos y reptiles. III.- De las aves. IV.- De los árboles de naturaleza regular. V.- De los árboles de naturaleza irregular, o de los vegetales carnosos. VI.- De los arbustos, matas y yerbas. VII.- Del trigo. VIII.- De los mezcales y algunas raíces. IX.- De los peces. X.- De los Testáceos. XI.- De los minerales, salinas y piedras.
 
Uno de los aspectos más sobresalientes de la obra lo constituyen los párrafos en los que se muestra claramente el antecedente de la industria vinícola californiana, lo que constituye un buen ejemplo de la sustitución de especies autóctonas por otras llevadas a la península americana desde Europa.
Para ver también las condiciones de Miguel del Barco con capacidad para la organización, es que en dos ocasiones fue visitador general en el territorio de misiones, de 1751-54 y 1761-63.
 
Exilio de los jesuitas
 
Una vez más las ansias de poder sostenidas por las riquezas deseadas, causan el dolor, sin detenerse ante la inhumanidad de los despojos materiales y, sobre todo, espirituales de la formación y educación de los más pobres.
Nada más doloroso para un misionero que despojarle de su misión. Miguel tiene que sufrir este dolor.
 
Por esos años, después de tantos trabajos y sufrimientos, después de tanta sangre martirial, las misiones de la Compañía, también en las regiones más duras, como California o la Tarahumara, vivían una paz floreciente. Sin embargo, "el tiempo se estaba acabando para los jesuitas españoles en América, así como se había terminado para sus hermanos portugueses y franceses”.
 
Como había sucedido en otras cortes borbónicas, también en la de España los favoritos de la corte y los ministros, con las intrigas del primer ministro conde de Aranda, determinaron que el rey Carlos III expulsara a los jesuitas en 1767 de todos los territorios hispanos.
 
El 24 de junio de 1767 el virrey de México, ante altos funcionarios civiles y eclesiásticos, abrió un sobre sellado, en el que las instrucciones eran terminantes: "Si después de que se embarquen (en Veracruz) se encontrare en ese distrito un solo jesuita, aun enfermo o moribundo, sufriréis la pena de muerte. Yo el Rey".
 
Cursados los mensajes oportunos a todas las misiones, fueron acudiendo los misioneros en el curso de los meses. Los jesuitas, por ejemplo, que venían de la lejana Tarahumara se cruzaron, a mediados de agosto, con los franciscanos que iban a sustituirles allí —como también se ocuparon de las misiones abandonadas en California y en otros lugares—, y les informaron de todo cuanto pudiera interesarles.
 
Los 16 religiosos embarcaron el día 3 de febrero. Subieron los jesuitas al barco que no pudo zarpar esa noche por la falta de viento favorable. Al día siguiente 4 de febrero, por la madrugada, el viento sopló y La Concepción, barco construido en California, empezó a navegar con destino a Matanchel, en cuyo puerto desembarcaron. De ahí pasaron por Tepic y Guadalajara hasta llegar a Veracruz. 
 
Quince sacerdotes y un hermano coadjutor viajaban en el barco californiano; entre ellos estaban los padres Victoriano Arnés, Miguel del Barco, Juan Jacobo…”
 
Llegaron a la Ciudad de México. De aquí partieron para Veracruz el 28 de junio, en coches. Hicieron un alto en la villa y santuario de Guadalupe y obtuvieron autorización para visitar antes de su partida el santuario de Nuestra Señora de Guadalupe. La gente se apretujaba a saludarles en la posada en que estaban concentrados.
 
Llegados a Veracruz, puerto insalubre, murieron en pocos días 34 misioneros de los que viajaban en total.
 
Miguel del Barco sigue vivo entre los que el 13 de noviembre llegan a la Habana.
 
Poco antes de Navidad, cuenta Dunne, unidos a otros jesuitas que venían de Argentina y del Perú, el 23 de diciembre reembarcan para Cádiz, "partieron enfermos y tristes, abandonando para siempre el Nuevo Mundo. Salieron de América para vivir y morir en el destierro, lejos de sus misiones queridas y de sus hijos e hijas, sus neófitos".
 
La expulsión de la Compañía de Jesús, decretada por el rey Carlos III, fue un hecho injusto para unos hombres que no ambicionaban más que mejorar las condiciones de los indios, hombres que merecían gratitud, fueron expulsados como si fueran delincuentes.
 
Fue, precisamente, la defensa que hacían de los indios, uno de los motivos que originaron su expulsión, ya que impedían que los mineros y hacendados utilizaran a los indios como mano de obra barata.
 
Muchos colonos y funcionarios consideraban que las misiones jesuitas eran un impedimento para el desarrollo económico y por lo tanto debían ser retirados. Esta situación ocasionó un enfrentamiento permanente entre los jesuitas y muchos funcionarios, mineros y hacendados de las regiones donde trabajaban.
 
El proyecto evangelizador de los jesuitas promovía una sociedad indígena independiente de la novohispana, que no permitía que a los indios se les sometiera por la fuerza.
 
El 30 de marzo llegaron al puerto de Cádiz. Debieron ser momentos tristísimos para los misioneros españoles. Tras el dolor de tener que dejar sus queridas misiones, ahora, en su propia tierra son rechazados, al igual que lo habían sido sus correligionarios de Hispania, que ya habían salido.
 
Se les traslada a Puerto de Santa María, reuniéndose en un hospicio hasta 400 jesuitas.
 
Tuvieron que permanecer algún tiempo, hasta que posteriormente  a mediados de junio  1769 se embarcaron en un buque holandés que los llevó al puerto de Ostende habiendo dejado nuevamente quince compañeros sepultados.
 
En los inescrutables caminos del Señor, les esperan nuevos dolores y sufrimientos. No son gente grata en los estados pontificios.
 
La negativa del Papa a que desembarcaran los jesuitas españoles en los estados pontificios obligó a negociar con Francia un destino alternativo. Las conversaciones entre el embajador español en París, conde de Fuentes, y el secretario de estado francés, duque de Choiseul con la república de Génova para que permitiese temporalmente su desembarco en la costa genovesa, fracasaron, lo que obligó a volver a plantear el desembarco en la isla de Córcega, sumida en una guerra entre franceses e independentistas.
 
Finalmente, distribuidos los jesuitas así españoles como americanos en Bolonia, Roma, Ferrara y otras ciudades, pusieron lo que, como decía Unamuno, nadie les quitaría lo que llevaban bajo el sombrero, comenzando una etapa nueva en sus vidas, siempre al servicio de mayor gloria de Dios.
 
Los últimos años de la vida de Miguel del Barco son muy duros como hemos visto, pero su creatividad en Bolonia será fructífera, especialmente para la biología.
 
Poco es lo que sabemos del largo exilio de del Barco, desde 1768 hasta su muerte en 1790. Parece ser que hacia 1770, en Bolonia, inicia la redacción de su trabajo sobre California, finalizándolo hacia 1780.
 
Gracias a la intervención del incansable Dr. León-Portilla, salió a la luz la gran obra que escribió Miguel del Barco. Nos lo dice así: Tengo un documento más para mi amigo californiano, ahora profesor canoso y distinguido. Se trata de un manuscrito interesantísimo, olvidado durante largos siglos en una colección romana y dado a conocer en edición lujosa. El español Miguel del Barco pasó treinta años (1738-68) en la california peninsular.
 
Hasta hace muy poco tiempo el Padre del Barco era un desconocido para la historia de las Ciencias Naturales. Sin embargo, la publicación de su obra inédita Historia Natural de la An. C. en 1973 y posteriormente en 1989 dentro de la Colección Crónicas de América de Historia-16 permiten conocer cosas sobre su labor misionera y naturalista.
 
No solamente era desconocido Miguel del Barco para la ciencia y la historia, sino que, como ocurre en la vida humana, era desconocido para sus propios paisanos.
 
Se cuenta que Don Miguel León-Portilla, que descubrió a Miguel del Barco, escribió el libro “Historia natural y crónica de la antigua California” y luego viajó a España. Llegó al pueblo de Miguel del Barco. “Se entrevistó con el alcalde y le informó de todo lo realizado por el originario de ahí preguntándole “¿No creé que esto merezca una respuesta?” a lo que contesta “¡Pos sí! pero…” a lo que le responde don Miguel: “No señor, no hablamos de dinero, lo que necesitamos es que siquiera una calle de Casas de Millán, lleve el nombre de don Miguel del Barco”, accediendo el alcalde y haciendo la obra”.
 
Nota sobre la sesión del Ayuntamiento de Casas de Millán del 31 de Octubre de 1973, en la que se aprobó designar una calle a Miguel del Barco.
 
Apartado correspondiente a la aprobación. Dice:
 
“Por la propia Presidencia se hizo saber a los Srs. Concejales, que por el Imo. Sr. Director del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad de México, se había participado a esta alcaldía que por referido Instituto, había sido publicada la obra histórica titulada “Historia…” y de la cual era autor el misionero jesuita Miguel del Barco, nacido 1706 y fallecido en 1790, el cual era oriundo de esta localidad. Así mismo manifestaba dicho Sr. Director del citado Instituto que el autodicho misionero jesuita Sr. Del Barco, había realizado trabajos y estudios de vital importancia para la Baja California, habiendo dejado durante su existencia un arsenal incalculable de valiosos datos que si bien han permanecido ignorados, al salir a la luz pública le hacían acreedor a un homenaje póstumo, aunque sólo fuera el de darle el nombre a una calla en este su pueblo natal.
 
Enterados los Srs. Concejales de lo expuesto por la Presidencia, por unanimidad acordaron el dar el nombre de Miguel del Barco a la calle vulgarmente con el nombre de Egido Patero”
 

Y da la casualidad que se le asignó una calle, donde se encontraba un lugar semillero de la cultura y el conocimiento, las antiguas escuelas nacionales, de donde después han salido médicos, abogados, profesionales de la enseñanza, y tantos otros repartidos por la piel de toro.

Con un buen bagaje terrenal y espiritual Miguel del Barco González deja su peregrinar por la tierra, en Bolonia el 24 de Octubre de 1790, A.M.G.D. como reza el anagrama de los jesuitas.


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