lunes, 30 de octubre de 2017

El Padre Enrique Escribano (I)


Si hemos encontrado hijos ilustres de Casas de Millán en los tiempos antiguos, también los ha habido en el siglo pasado.
 
Entre ellos podemos destacar al Padre Enrique, como normalmente era conocido en el pueblo.

Manuel Escribano González (Padre Enrique)

Iba a ser una nueva Navidad para la familia Escribano González. Después de la prematura muerte de Tomás, Manuel venía a llenar el hueco dejado en los corazones de Rodrigo y María. El día de Nochebuena de 1908 era una natividad dentro de la casa. Era su cuarto hijo.
 
Y… como ante cualquier ser humano, se presentaba también la incógnita bíblica: “¿qué va a ser de este niño?”. Su vida parece que estará ligada a otro nacimiento histórico que ocurrió hacía poco tiempo, 7/11/1908, la llegada a Guadalupe de los franciscanos y que determinará su vida.
 

Dios toma posesión de esta vida cristiana el día ( ) mediante el bautismo en la parroquia de S. Nicolás de Bari.
 
Manuel Escribano González, (Padre Enrique, en la vida religiosa), asistió a la escuela que probablemente tenía D. Galo Donaire de maestro nacional. Allí, con todos sus coetáneos aprendió las primeras letras, que después engrosaría con los conocimientos que su mente despierta y apasionada fue captando en la formación franciscano-religiosa.

Y como en todos los misterios personales seguirá la incógnita ¿qué influyó para que su destino fuera la vida religiosa franciscana?

Con su primo Alfonso, ingresa en Fuente del Maestre, para la formación que se daba y exigía a todo el que decía sentir la vocación religiosa para la vida franciscana. Él perseveró. Tendría unos 11 años.

Su segundo centro de formación es el convento de Loreto, sito en Bullullos de la Mitación, hoy Pastrana, (Sevilla), donde realiza los años de filosofía y noviciado; de allí  pasa a Guadalupe donde cursa los últimos años de corista, estudia la teología, y se ordena sacerdote, cantando su primera misa acto seguido.

La Orden, que ya había captado su valía intelectual, decide enviarlo para la ampliación de estudios a Roma. Corre el año1931. Allí, en la Universidad Pontificia, durante 4 años llega a doctorarse en Teología.

Finaliza su estancia en Roma sus superiores lo envían a ampliar estudios a Viena en 1938.

Consolidada su formación  académica, y con todo el conocimiento de saberes, no es difícil que se le nombre Maestro de Coristas en Guadalupe, donde se encarga a partir de su retorno, para dar clases de teología a los futuros frailes.

Como en todo ser inquieto y con tan buenas cualidades, comienza un desarrollo de ellas. Pronto se ve en la dirección de la revista” El Monasterio de Guadalupe”, (1941-1950) que aunque ya tenía una andadura de 24 años, necesita savia nueva para su continuidad. Allí encontrará a su buen colaborador y amigo Fray Arcángel Barrado Manzano.
 
Entre sus numerosos artículos nos podemos encontrar uno dedicado especialmente a “La Cofradía del Rosario de Casas de Millán y sus  Ordenanzas”.

No escapa tampoco a su inquietud investigadora, algo reivindicativo para su pueblo natal, al ver que con frecuencia en las citas se atribuye el lugar de nacimiento a la familia Trejo Paniagua en Plasencia. Para corregir tal dato histórico le contesta al publicista Sr. Araujo-Costa, escribiendo un pequeño artículo, dando cuenta de las partidas de bautismo de la familia, titulado “Partidas de bautismo del Excmo. Cardenal D. Gabriel Trejo Paniagua y hermanos”. Año 1944.

No cabe duda que estamos ante un hombre inquieto e inquietante. No deja indiferentes a los que por unas circunstancias u otras es tratado.
 

En los años siguientes, a la finalización de la guerra civil española, el monasterio es visitado por todas las personalidades del nuevo régimen, que acuden al santuario a venerar y dar pleitesía a la que es considerada Reina de la Hispanidad.

Su simpatía, que ocultaba un fuerte temperamento, mezclado con la paciencia franciscana, para la consecución de sus objetivos, le granjean la aceptación de cuantos le conocen y le permiten el acceso a cuantos despachos oficiales se propone. Es una persona adicta al nuevo estatus.

Basten dos pequeñas muestra de un diario suyo.

Por la mañana fui a Gobernación y hablé con D. Romualdo. Le resolví lo de las indulgencias por su madre (q.e.p.d.) Hablé con los vicarios de Plasencia, Coria y Madrid. Todos acudieron gustosos.
 
Por la tarde hablé con la Nunciatura que hizo lo mismo.
 

Hablé también con el arquitecto Sr. Riera, de Regiones Devastadas (Palancar, Casas de Millán, Guadalupe)

Por la tarde visité a Walter Meynen y al pintor austriaco Füerst que quiere ir a Guadalupe a restaurar los cuadros.
 
También hablé con Antonio Hernández Gil y visité en el sanatorio a su señora, Amalie.
 
Entre las reseñas de sociedad del ABC del día 26/06/1955, se dice: “bendijo la boda de Félix Hernández Gil y Gloria Gómez Ruiz en S. Jerónimo el Real, Fray Enrique Escribano O. F. M. del Monasterio de Guadalupe”.

Pone su pluma al servicio de la etapa del franquismo con la que tiene una gran afinidad. Colabora en la publicación de artículos en las revistas de Alcántara y la Biblioteca Extremeña del Movimiento. Participó en la redacción de folletos del Movimiento Nacional, al igual que Canilleros, José Luis Cotallos, otros intelectuales, etc.
 

Los muchos años desempeñando el puesto mencionado en la cuna de la Hispanidad, le proporcionan contactos con personalidades de todo tipo, hombres influyentes en las artes, la política, las letras, la medicina, las ciencias, que se desplazaba al santuario para venerar a la patrona de España.

Hay que reconocer que esta situación es aprovechada en beneficio no sólo del Santuario de Guadalupe, sino en otra obra que se le encomienda y emprendida por él y que veremos.

Lo encontramos junto a Jesús Rubio García-Mina, ministro de Educación inaugurando el 20 de mayo de 1957 el colegio “Reyes Católicos”, del que era gran artífice de este proyecto, en Guadalupe.

Sin entrar en valoraciones políticas, hay un hecho que va a dar lugar a una actuación del Padre Enrique.

Todos sabemos de cómo tanto a nivel popular como institucional hubo que hacer aportaciones de metales preciosos para el sostenimiento de la contienda civil. El Monasterio de Guadalupe aporta parte de sus tesoros a lo que se llamó la cruzada. Terminada la contienda el Padre Enrique inicia una campaña de recogida de limosnas y aportaciones pecuniarias para la construcción de un trono a la Virgen, realizado en oro y esmaltes, tarea que consigue llevar a cabo y ejecutar con la ayuda de prestigiosos orfebres amigos.

Recorrió Extremadura, animado por la gran devoción que tanto personalmente, como de los extremeños, tenían a su Virgen de Guadalupe; no quedaría frustrada. Lo consiguió. Cualquier visitante del monasterio puede contemplar en la edícula del trono formando parte del Camarín. Fue el trono construido en 1953, según los planos del arquitecto don Luis Menéndez Pidal.

Como anécdota, antes de pasar a otros aspectos, quiero dejar constancia de cómo también un “casito” interviene en algo importante relacionado con la V. de Guadalupe.

Dª Carmina, dueña de “Las Corchuelas” en aquellos momentos y relacionada con el P. Enrique, dona las andas de plata para la Virgen. Se hacen en Dos Hermanas, Sevilla, y una vez terminadas hay que trasladarlas a Guadalupe. Para ello se envía un tractor de la época, junto con dos servidores de confianza de la Señora. De estas personas uno es “casito”, Antonio Domínguez Durán, que tendrá que aguantar la vigilancia de una pareja de la Guardia Civil, alternándose de pueblo en pueblo.
 

Quedamos constancia gráfica de la llegada a Guadalupe, manifestando la alegría del fiel cumplimiento, con unos tragos de vino que Antonio exhibe.

Sus cualidades oratorias se hicieron famosas; la vehemencia y fogosidad ejercida y trasmitida desde el púlpito en los sermones impresionaban.
 
Este ímpetu en unos momentos de exaltación de todos los valores eternos y religiosos, contribuían a la aceptación de su persona en los medios más destacados de la nación.

Como en todo ser humano tenía también sus sombras. Ellas le impidieron acceder a puestos más altos, aunque llegó a Definidor, cargo inferior al de Provincial, que nunca alcanzó, según cuentan las crónicas, por la condición de vitalicio que pedía en el cargo, cosa que la Congregación no podía aceptar. Fue superior de convento.

lunes, 16 de octubre de 2017

Miguel del Barco González (y III)

Su obra literaria
 
Por último quisiera tocar, casi tangencialmente, la obra que tantos años estuvo desconocida, donde, como decía, se reflejan las cualidades de observador y escritor, que han diseñado la obra básica para la biología e historia de la Baja California: Historia natural y crónica de la Antigua California.
 
Al leer al jesuita se aprecian aquellas características comunes a una gran mayoría de los cronistas del Nuevo Continente. En efecto, Barco realiza prolijas descripciones morfológicas de muchas especies animales y vegetales, utiliza la comparación entre los ejemplares indígenas y españoles, menciona los nombres que los naturales del país dan a los diferentes seres vivos, constata la utilidad de los productos de la zona (sean estos animales, vegetales o minerales), realiza escarceos en asuntos etológicos, aporta datos ecológicos de interés, etc. 
 
Los once capítulos en que divide la obra nos dan idea de la riqueza de que venimos hablando para conocer a Miguel del Barco González.
 
I.- Los animales montaraces. II.- De los insectos y reptiles. III.- De las aves. IV.- De los árboles de naturaleza regular. V.- De los árboles de naturaleza irregular, o de los vegetales carnosos. VI.- De los arbustos, matas y yerbas. VII.- Del trigo. VIII.- De los mezcales y algunas raíces. IX.- De los peces. X.- De los Testáceos. XI.- De los minerales, salinas y piedras.
 
Uno de los aspectos más sobresalientes de la obra lo constituyen los párrafos en los que se muestra claramente el antecedente de la industria vinícola californiana, lo que constituye un buen ejemplo de la sustitución de especies autóctonas por otras llevadas a la península americana desde Europa.
Para ver también las condiciones de Miguel del Barco con capacidad para la organización, es que en dos ocasiones fue visitador general en el territorio de misiones, de 1751-54 y 1761-63.
 
Exilio de los jesuitas
 
Una vez más las ansias de poder sostenidas por las riquezas deseadas, causan el dolor, sin detenerse ante la inhumanidad de los despojos materiales y, sobre todo, espirituales de la formación y educación de los más pobres.
Nada más doloroso para un misionero que despojarle de su misión. Miguel tiene que sufrir este dolor.
 
Por esos años, después de tantos trabajos y sufrimientos, después de tanta sangre martirial, las misiones de la Compañía, también en las regiones más duras, como California o la Tarahumara, vivían una paz floreciente. Sin embargo, "el tiempo se estaba acabando para los jesuitas españoles en América, así como se había terminado para sus hermanos portugueses y franceses”.
 
Como había sucedido en otras cortes borbónicas, también en la de España los favoritos de la corte y los ministros, con las intrigas del primer ministro conde de Aranda, determinaron que el rey Carlos III expulsara a los jesuitas en 1767 de todos los territorios hispanos.
 
El 24 de junio de 1767 el virrey de México, ante altos funcionarios civiles y eclesiásticos, abrió un sobre sellado, en el que las instrucciones eran terminantes: "Si después de que se embarquen (en Veracruz) se encontrare en ese distrito un solo jesuita, aun enfermo o moribundo, sufriréis la pena de muerte. Yo el Rey".
 
Cursados los mensajes oportunos a todas las misiones, fueron acudiendo los misioneros en el curso de los meses. Los jesuitas, por ejemplo, que venían de la lejana Tarahumara se cruzaron, a mediados de agosto, con los franciscanos que iban a sustituirles allí —como también se ocuparon de las misiones abandonadas en California y en otros lugares—, y les informaron de todo cuanto pudiera interesarles.
 
Los 16 religiosos embarcaron el día 3 de febrero. Subieron los jesuitas al barco que no pudo zarpar esa noche por la falta de viento favorable. Al día siguiente 4 de febrero, por la madrugada, el viento sopló y La Concepción, barco construido en California, empezó a navegar con destino a Matanchel, en cuyo puerto desembarcaron. De ahí pasaron por Tepic y Guadalajara hasta llegar a Veracruz. 
 
Quince sacerdotes y un hermano coadjutor viajaban en el barco californiano; entre ellos estaban los padres Victoriano Arnés, Miguel del Barco, Juan Jacobo…”
 
Llegaron a la Ciudad de México. De aquí partieron para Veracruz el 28 de junio, en coches. Hicieron un alto en la villa y santuario de Guadalupe y obtuvieron autorización para visitar antes de su partida el santuario de Nuestra Señora de Guadalupe. La gente se apretujaba a saludarles en la posada en que estaban concentrados.
 
Llegados a Veracruz, puerto insalubre, murieron en pocos días 34 misioneros de los que viajaban en total.
 
Miguel del Barco sigue vivo entre los que el 13 de noviembre llegan a la Habana.
 
Poco antes de Navidad, cuenta Dunne, unidos a otros jesuitas que venían de Argentina y del Perú, el 23 de diciembre reembarcan para Cádiz, "partieron enfermos y tristes, abandonando para siempre el Nuevo Mundo. Salieron de América para vivir y morir en el destierro, lejos de sus misiones queridas y de sus hijos e hijas, sus neófitos".
 
La expulsión de la Compañía de Jesús, decretada por el rey Carlos III, fue un hecho injusto para unos hombres que no ambicionaban más que mejorar las condiciones de los indios, hombres que merecían gratitud, fueron expulsados como si fueran delincuentes.
 
Fue, precisamente, la defensa que hacían de los indios, uno de los motivos que originaron su expulsión, ya que impedían que los mineros y hacendados utilizaran a los indios como mano de obra barata.
 
Muchos colonos y funcionarios consideraban que las misiones jesuitas eran un impedimento para el desarrollo económico y por lo tanto debían ser retirados. Esta situación ocasionó un enfrentamiento permanente entre los jesuitas y muchos funcionarios, mineros y hacendados de las regiones donde trabajaban.
 
El proyecto evangelizador de los jesuitas promovía una sociedad indígena independiente de la novohispana, que no permitía que a los indios se les sometiera por la fuerza.
 
El 30 de marzo llegaron al puerto de Cádiz. Debieron ser momentos tristísimos para los misioneros españoles. Tras el dolor de tener que dejar sus queridas misiones, ahora, en su propia tierra son rechazados, al igual que lo habían sido sus correligionarios de Hispania, que ya habían salido.
 
Se les traslada a Puerto de Santa María, reuniéndose en un hospicio hasta 400 jesuitas.
 
Tuvieron que permanecer algún tiempo, hasta que posteriormente  a mediados de junio  1769 se embarcaron en un buque holandés que los llevó al puerto de Ostende habiendo dejado nuevamente quince compañeros sepultados.
 
En los inescrutables caminos del Señor, les esperan nuevos dolores y sufrimientos. No son gente grata en los estados pontificios.
 
La negativa del Papa a que desembarcaran los jesuitas españoles en los estados pontificios obligó a negociar con Francia un destino alternativo. Las conversaciones entre el embajador español en París, conde de Fuentes, y el secretario de estado francés, duque de Choiseul con la república de Génova para que permitiese temporalmente su desembarco en la costa genovesa, fracasaron, lo que obligó a volver a plantear el desembarco en la isla de Córcega, sumida en una guerra entre franceses e independentistas.
 
Finalmente, distribuidos los jesuitas así españoles como americanos en Bolonia, Roma, Ferrara y otras ciudades, pusieron lo que, como decía Unamuno, nadie les quitaría lo que llevaban bajo el sombrero, comenzando una etapa nueva en sus vidas, siempre al servicio de mayor gloria de Dios.
 
Los últimos años de la vida de Miguel del Barco son muy duros como hemos visto, pero su creatividad en Bolonia será fructífera, especialmente para la biología.
 
Poco es lo que sabemos del largo exilio de del Barco, desde 1768 hasta su muerte en 1790. Parece ser que hacia 1770, en Bolonia, inicia la redacción de su trabajo sobre California, finalizándolo hacia 1780.
 
Gracias a la intervención del incansable Dr. León-Portilla, salió a la luz la gran obra que escribió Miguel del Barco. Nos lo dice así: Tengo un documento más para mi amigo californiano, ahora profesor canoso y distinguido. Se trata de un manuscrito interesantísimo, olvidado durante largos siglos en una colección romana y dado a conocer en edición lujosa. El español Miguel del Barco pasó treinta años (1738-68) en la california peninsular.
 
Hasta hace muy poco tiempo el Padre del Barco era un desconocido para la historia de las Ciencias Naturales. Sin embargo, la publicación de su obra inédita Historia Natural de la An. C. en 1973 y posteriormente en 1989 dentro de la Colección Crónicas de América de Historia-16 permiten conocer cosas sobre su labor misionera y naturalista.
 
No solamente era desconocido Miguel del Barco para la ciencia y la historia, sino que, como ocurre en la vida humana, era desconocido para sus propios paisanos.
 
Se cuenta que Don Miguel León-Portilla, que descubrió a Miguel del Barco, escribió el libro “Historia natural y crónica de la antigua California” y luego viajó a España. Llegó al pueblo de Miguel del Barco. “Se entrevistó con el alcalde y le informó de todo lo realizado por el originario de ahí preguntándole “¿No creé que esto merezca una respuesta?” a lo que contesta “¡Pos sí! pero…” a lo que le responde don Miguel: “No señor, no hablamos de dinero, lo que necesitamos es que siquiera una calle de Casas de Millán, lleve el nombre de don Miguel del Barco”, accediendo el alcalde y haciendo la obra”.
 
Nota sobre la sesión del Ayuntamiento de Casas de Millán del 31 de Octubre de 1973, en la que se aprobó designar una calle a Miguel del Barco.
 
Apartado correspondiente a la aprobación. Dice:
 
“Por la propia Presidencia se hizo saber a los Srs. Concejales, que por el Imo. Sr. Director del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad de México, se había participado a esta alcaldía que por referido Instituto, había sido publicada la obra histórica titulada “Historia…” y de la cual era autor el misionero jesuita Miguel del Barco, nacido 1706 y fallecido en 1790, el cual era oriundo de esta localidad. Así mismo manifestaba dicho Sr. Director del citado Instituto que el autodicho misionero jesuita Sr. Del Barco, había realizado trabajos y estudios de vital importancia para la Baja California, habiendo dejado durante su existencia un arsenal incalculable de valiosos datos que si bien han permanecido ignorados, al salir a la luz pública le hacían acreedor a un homenaje póstumo, aunque sólo fuera el de darle el nombre a una calla en este su pueblo natal.
 
Enterados los Srs. Concejales de lo expuesto por la Presidencia, por unanimidad acordaron el dar el nombre de Miguel del Barco a la calle vulgarmente con el nombre de Egido Patero”
 

Y da la casualidad que se le asignó una calle, donde se encontraba un lugar semillero de la cultura y el conocimiento, las antiguas escuelas nacionales, de donde después han salido médicos, abogados, profesionales de la enseñanza, y tantos otros repartidos por la piel de toro.

Con un buen bagaje terrenal y espiritual Miguel del Barco González deja su peregrinar por la tierra, en Bolonia el 24 de Octubre de 1790, A.M.G.D. como reza el anagrama de los jesuitas.


lunes, 2 de octubre de 2017

Miguel del Barco González (II)

¿Cómo era la Misión de S. Francisco?
 
En una carta que el mismo Miguel del Barco escribe, nos describe un poco el aspecto territorial de la misión.
 
“Poco propicio resultaba el medio peninsular para la agricultura y la ganadería. La imagen de un verdadero páramo es la que, en el siguiente pasaje, ofrece el padre Miguel del Barco respecto del medio físico californiano: “puede decirse en general que su temple ( el de la península de California) es seco y caliente con exceso, y que la tierra es quebrada, áspera y estéril, cubierta casi toda de tierras, pedregales y arenas inútiles, escasa de lluvias y de manantiales, y por eso poco a propósito para ganados y del todo inepta para siembra y árboles frutales, si no hay agua con qué regarlos con frecuencia”
 
La sierra enmarca la belleza de la misión de San Javier, la segunda edificada en la California. Reúne todas las características buscadas por los misioneros evangelizadores: una fuente donde proveerse de agua en los arroyos que corren por los cañones; indios a los cuales convertir al catolicismo sin importar su estatus, y una fe inquebrantable por servir a su Dios. Testigo del pasado, la misión se embellece y con nostalgia se sienta en espera de los tiempos.
 
La fundación
 
La misión de San Francisco Javier fue fundada por el padre misionero de la orden de los jesuitas Francisco María Piccolo en marzo de 1699. El día 10 de ese mes el padre Piccolo llegó al sitio llamado por los nativos Viggé Biaundó.
 
Los nativos, de la etnia cochimí, los recibieron gustosos y, después de permanecer allí durante cuatro días, se retiraron para regresar poco tiempo después con el objeto de construir una capilla provisional y habitaciones rústicas. La capilla fue terminada ese mismo año y fue bendecida por el padre Juan María Salvatierra.
 
La misión de San Francisco Javier fue la segunda misión que establecieron los misioneros jesuitas en la península de Baja California en forma permanente, la primera fue la Misión de Nuestra Señora de Loreto (y Conchó).
 
El padre Juan de Ugarte arribó a la Misión de Nuestra Señora de Loreto Conchó el 10 de abril de 1701 y fue enviado a la recién fundada Misión de San Francisco Javier a causa de los conocidos talentos que el padre Ugarte tenía en agricultura. Una vez llegó a la misión comenzó con los cultivos de maíz, trigo, fríjol, caña de azúcar, uvas y árboles frutales. Para su riego construyó canales y piletas de piedra para conservar la escasa agua del lugar. El padre misionero introdujo en el lugar la crianza de animales domésticos.
 
A la muerte del padre Juan de Ugarte en el año 1730 en la misión que tanto amó, lo reemplazó el padre misionero Miguel del Barco, quien diseñó e inició la construcción definitiva de la iglesia el año 1744. La misión fue terminada en el año 1759.
 
Aunque todo religioso tiene como misión llevar el mensaje de Jesús, él, sin desatender la dedicación a la catequesis y administración de los sacramentos, prestó su atención especial y se destacó como constructor de sólidos y hermosos templos. Fabricó además bordos y canales para aprovechar al máximo la escasa agua de la región y cultivar las tierras. Escribió varios informes de sumo valor acerca de la península, fundamentales para el estudio de la Baja California.
 
Siempre ha sido norma dentro de la Compañía el aprovechamiento de las mejores cualidades de cada miembro, con una especialización singular.
 

Cuando los visitadores hablan de los esfuerzos y comportamientos de los misioneros de California, dicen de Miguel: “El padre Miguel del Barco trabaja… con aceptación de todos y mucho adelantamiento de la misión”
 
Desde el desconocido al importante
 
Ha sido Miguel León-Portilla, historiador mexicano y delegado de su país en la UNESCO, quien ha redactado una larga introducción al texto de del Barco que hace de él el siguiente comentario:
 
En resumen, puede decirse acerca de Barco que, si bien nunca perdió su mentalidad de escolástico, supo aunar ésta con su inclinación a las observaciones de la naturaleza y de las realidades culturales diferentes, como las que habría de encontrar entre los grupos nativos de California”.
 
Esas cualidades de observador y trabajador son las que, a pesar de la escasez de los recursos naturales de la región, con las que  pudo ir introduciendo una agricultura más pujante, comenzando por el huerto de la misión. El mismo nos dice: “En el huerto de la misión llegó a haber hasta 70 olivos, de los que se obtenía aceite. También había dos viñas, seguramente de buenas proporciones pues bastaban para elaborar cada año unas 100 tinajas de vino y unas 25 de aguardiente. Aunque anualmente se levantan unas 200 fanegas de maíz y otras tantas de trigo, la nutrida población indígena que tuvo en un principio necesitó siempre para su sustento de granos llevados del exterior. Sólo fue suficiente cuando ya sus indios eran muy pocos.”
 
Tuvo que plantearse en alguna ocasión las exigencias de ayudar, proporcionando alimentos a requerimiento de los encargados de las minas de plata, de las que  “afirmaba que solamente en un principio habían rendido algo las minas de plata, ya que al poco tiempo se agotaron o empezaron a emborrascarse las vetas”, a proporcionar alimentos. Él mismo nos dice también que su corazón de cristiano misionero no podía resistirse.
 
“En la cuestión de abastecer a Manuel de Ocio para alimentar a los mineros, el padre Miguel del Barco escribía: “eran tantas las instancias que hacían y las lástimas que lloraban (los pobladores de los reales de minas) que era menester tener un corazón de piedra para no ablandarse, y siquiera por la caridad humana era necesario darles, si no todo, a lo menos parte de lo que pedían”
 
Si hasta ahora hemos destacado sus cualidades agrícolas, no podemos dejar de echar una mirada a las dotes que tenía para la construcción. El templo de S. Francisco nos dará una muestra de ello. Pero al hablar de construcción no quiero dejar de ver las cualidades que tenía para la lógica vivencial y la observación minuciosa de la necesidad, poniendo en práctica aquel dicho de “discurre más un necesitado que cien abogados”.
 
Si para la agricultura tenía la experiencia de una climatología y pobreza de terreno en su Extremadura y lugares por donde había pasado durante sus estudios, no era menos la inexperiencia de la familiaridad con el mar. Pero como decía, era tal su capacidad de inteligencia que también se atrevió con la construcción de un barco de aquellos entornos. Nos lo cuenta así la historia: “informó al virrey marqués de Cruillas de la feliz terminación del navío” Es referente a un barco que tuvieron que hacer porque los otros estaban muy viejos. Barco de 17 y media varas de quilla limpia, 20 varas de la roda a la limera, 6 varas de manda y 2 varas tres cuartos de puntal”.
 
Y como dice el periodista Máximo Durán, en 19/11/2006  en El Periódico.
 
De “un jesuita natural de la localidad cacereña de Casas de Millán y un "gran desconocido" para sus propios paisanos, a pesar de ser un hombre "muy polifacético" y un "notable" arquitecto, ingeniero, naturalista, filósofo e historiador, además de construir  "la mejor iglesia levantada por los jesuitas en California", yo quiero solamente dar unas pinceladas de la vida de Miguel del Barco.
 
Sus dotes de constructor
 
Veamos ahora la iglesia levantada por Miguel y que aún sigue siendo admiración turística en California, cuando se hace la ruta de las misiones.
 
Los antecedentes de la iglesia los tenemos en la construcción que realizó Francisco María Piccolo, fundador de la misión, como se ha indicado más arriba.

La construcción de la hermosa iglesia de cantera empezó en 1744. Se le considera "la joya de las misiones de Baja California" por su bella e imponente arquitectura y el perfecto estado de conservación en que se encuentra. San Javier cautiva, porque es un remanso en el tiempo que nos transporta con las alas de la imaginación hacia los siglos antiguos, cuando la pitaya era el alimento más codiciado y cuando los olivos, hoy centenarios, eran apenas plantados por los misioneros.
 
Joya de la arquitectura californiana", así consideran al templo de San Francisco Javier muchos de los arquitectos que han realizado estudios al respecto, o que han conocido los templos que sembraron los colonizadores a lo largo de la ruta de las misiones, que va desde San José del cabo hasta el norte del actual estado de California, en Estados Unidos. La sobriedad de su diseño y lo macizo de su construcción, le confieren un toque de majestuosidad que otros no alcanzan.
 
Catorce años duró su construcción por la dificultad que hubo para acarrear la piedra del arroyo de Santo Domingo y, por otra parte, por la escasez de artesanos especializados, como: maestros de obra, albañiles y carpinteros. En 1744 inicio su construcción el Padre Miguel del Barco, tuvo que suspender los trabajos durante largos periodos, hasta que lograba tener los obreros que requería. Edificada totalmente de cal y canto, incluyendo la escalera circular, que conduce al coro, cuyos peldaños están hechos de piedra de una sola pieza, diseñados de tal forma que ellos mismos integran la columna que los sostiene. El conjunto arquitectónico incluyó la sacristía, una bella fuente y jardines exteriores, cementerio y casa para el misionero. Se logró concluir la obra en el año de 1759.
 
Vista aérea de San Javier, Abril 27, 1961
La iglesia de piedra, se mantiene aún en su estado original, contiene un retablo dorado con cinco óleos, traídos de México en treinta y dos cajas; estatuas de San Francisco Javier y Nuestra señora de Guadalupe y un crucifijo, todos del siglo XVIII. Dos de las campanas llevan la fecha de 1761 y la tercera de 1803. Aunque abandonada en 1817 debido a la decadencia de la población indígena, se ha mantenido bajo un estado de conservación adecuado. Ésta, y la misión de Loreto, son las únicas que actualmente existen en el municipio de Loreto.
 
Establecieron el primer camino de herradura entre Loreto y esta población.
 
Como ya se mencionó, fabricaron el templo más hermoso de todas las californias, afortunadamente en pie y en proceso de restauración y embellecimiento; tarea que no admite descanso.
 
El exterior del templo es de por sí formidable. Del Barco y sus catecúmenos no sólo se preocuparon por levantar un inmueble sólido y robusto, sino que lo dotaron de bellos decorados barrocos labrados en piedra. El interior, con tres retablos churriguerescos, es aún más sorprendente, sobre todo cuando se le admira después de haber atravesado la árida sierra de La Giganta.
 
Con esculturas y óleos de primera calidad, los retablos mandados traer del colegio de Tepotzotlán, en las afueras de Ciudad México, fueron empaquetados en 32 cajas y, a lomo de mula y en barco llegaron hasta la misión. Hoy se hace dicho recorrido en  menos de una hora en automóvil desde Loreto hasta San Javier, cuando en aquellos tiempos se necesitaban tres días sólo para ese último tramo.
 
Particularmente notable es la milagrosa imagen de San Francisco Javier en el retablo del altar mayor. Sus fiestas atraen devotos de toda la península y del otro lado del Mar de Cortés. La imagen tiene los ojos rasgados, como si el santo navarro se hubiera mimetizado con los chinos y japoneses a quienes evangelizó en el siglo XVI. ¿Fue ingenuidad del tallador de imágenes que la fabricó? En todo caso se trata de una escultura antológica.