Pero los acontecimientos venideros no contribuyen a que las obras puedan seguir el ritmo de restauración que se desea. El alma de dicha restauración es D. Manuel Suárez de Valcárcel, no sólo en cuento a su pecunio, sino porque es el animador de las personas que se han dedicado a las tareas. Por eso indica lo imposibilitado que está el Cura para seguir las obras, y pide a patronos y Mayordomos que sigan con las obras.
Siguen acumulándose dificultades. Hay una presencia del visitador del Sr. Obispo, D. Narciso de Soto, y a la vista de cómo se encuentra la obra comenzada de la ermita, ve que no se puede seguir según lo previsto por falta de ánimos y sobre todo por falta de dinero. En vista de lo cual dicho visitador propone que se haga de madera el techo y, dado el costo que tiene, tratando de que quede proporcionalmente, se corte la ermita por donde parezca. Con el material que ya se había comprado para bóvedas y paredes, se venda para ayuda del resto de la obra. Insta también para que la devoción de los devotos contribuya. Indica igualmente que sería mejor que se pusiera esta ermita en el Pueblo.
Va pasando el tiempo. Nos encontramos en 1777. Es el 16 de mayo. En la santa visita que está realizando el Vicario General del Obispado, al hacer la revisión de las cuentas de la ermita de Santa Marina, después de reconocer que están bien, urge al mayordomo al pago de los dos mil novecientos sesenta y nueve reales y diez y seis maravedís que de últimas cuentas contra él resultan y que lo tenga de pronto para ocurrir a los gastos urgentes de dicha imagen y su ermita.
Siguen acumulándose dificultades. Hay una presencia del visitador del Sr. Obispo, D. Narciso de Soto, y a la vista de cómo se encuentra la obra comenzada de la ermita, ve que no se puede seguir según lo previsto por falta de ánimos y sobre todo por falta de dinero. En vista de lo cual dicho visitador propone que se haga de madera el techo y, dado el costo que tiene, tratando de que quede proporcionalmente, se corte la ermita por donde parezca. Con el material que ya se había comprado para bóvedas y paredes, se venda para ayuda del resto de la obra. Insta también para que la devoción de los devotos contribuya. Indica igualmente que sería mejor que se pusiera esta ermita en el Pueblo.
Va pasando el tiempo. Nos encontramos en 1777. Es el 16 de mayo. En la santa visita que está realizando el Vicario General del Obispado, al hacer la revisión de las cuentas de la ermita de Santa Marina, después de reconocer que están bien, urge al mayordomo al pago de los dos mil novecientos sesenta y nueve reales y diez y seis maravedís que de últimas cuentas contra él resultan y que lo tenga de pronto para ocurrir a los gastos urgentes de dicha imagen y su ermita.
Esto nos indica cómo estaba la cuestión económica en relación con las obras, pues con frecuencia, cuando al presentar las cuentas el mayordomo tenía cantidades que eran saldos positivos, y tenía que pasar al siguiente mayordomo, no había una urgencia en hacerlo.
Pero aquello debió ponerse peor, pues en una visita siguiente habiendo reconocido el estado de la fábrica de la ermita de Sta. Marina y que de día en día aquello se iba deteriorando más, manda que se demuela desde las base, para que no sea un refugio de malhechores. Que los materiales se vendan en subasta y se unan al liquidador, que resulta a su favor en última cuenta. Todo ello se envió y unió a la cuenta fábrica de la Parroquia, como matriz de todas las ermitas.
Dice que puede aplicarse para dar el culto mayor a la Santa e incluso echar un suelo a la iglesia y unos canceles.
La Parroquia queda con la obligación de celebrar anualmente la función de la Santa en su día por los cofrades, vivos y difuntos y sermón.
Debió pasar un tiempo, pues hasta la visita que se tiene el año 1793, donde se nos dice que:
Debió pasar un tiempo, pues hasta la visita que se tiene el año 1793, donde se nos dice que:
“… y en atención al estado deplorable en que se halla la ermita de dicha Santa amenazando una próxima total ruina sin facultades para su reparo y que aun habiéndolas no debería serlo según lo prevenido y mandado por órdenes para la demolición de semejantes ermitas situadas en despoblado, que lejos de servir a la devoción son solo abrigo de malhechores y ofensa a Dios Ntro. Sr. Manda S. S. I. que desde luego se desmantele y demuela la expresada ermita de Sta. Marina, trasladándose su imagen a la de S. Juan y Sta. Lucía del lugar de Casas de Millán; donde como situada dentro del pueblo no sólo es más a propósito para que los fieles ejerzan con mayor comodidad su devoción y frecuencia de orar a la Santa, sino también para ocurrir a cualquier caso fortuito que pueda sobrevenir en la iglesia principal por el que vea necesario hacer uso de ella para las funciones parroquiales. Para cuyo fines encarga S. S. I. su pronto reparo y aseo en cuanto lo necesite, cometiéndolo el Cura Rector para que lo procure con la posible brevedad; aplicando S. S. I. en uso de su jurisdicción y facultades las rentas, efectos y caudales con el expresado alcance de la ermita y Cofradía de Santa Marina a la de S. Juan y Santa Lucía, uniéndolas perpetuamente para que se sirva como una misma Cofradía y por uso mismos estatutos, culto y devoción, quedando desde ahora incorporadas en un todo, aplicando en igual conformidad los materiales de la antigua ermita que puedan aprovecharse para servicio de la de S. Juan a que se agregan: formándose y extendiendo las cuentas de entrambas en el presente libro en adelante como de una sola Cofradía, aunque con distinción de las causas de que procedan los cargos.
En 15 del mes de Junio, año de 1793, se realiza el cumplimiento de lo mandado anteriormente.
El Cura Rector de la parroquia comunica tanto al Síndico, como al comandante del pueblo, patronos juntamente con el Cura, de la ermita de Santa Mariana, así igualmente al mayordomo José Sánchez Corral, lo ordenado.
También se le comunican los deseos del Sr. Obispo a D. Antonio Fernández Santos, capellán de la ermita de S. Juan y Santa Lucía. Todos ellos quedaron convencidos para la observancia y cumplimiento de lo mandado.
En la visita de 1800, ya se hace la aprobación de cuentas “de las ermitas incorporadas de S. Juan, Sta. Lucía y Sta. Marina”. De esta forma queda finalizada la presencia de la ermita de Santa Marina.
Quedan consignados unos últimos flecos referentes a bienes que tenía la ermita de Santa Marina.
Al Cura Rector se le manda que ponga en claro a toda costa lo que se asegura y dice sobre el huertecillo correspondiente a la ermita de Sta. Marina que linda con una huerta de árboles frutales correspondientes a la capellanía que disfruta y posee D. Vicente Riqueros en la dehesa del Campillo.
Aquí da la impresión de que con la situación social del principio de siglo, como siempre, hubo quien se aprovechó de esto. Se indagó, pero no dio resultado alguno.
Así termina el testimonio escrito de la ermita de Sta. Marina. Y dejamos la imagen de Sta. Marina en la ermita de S. Juan y Sta. Lucía. ¿Cuándo y cómo pasó al templo parroquial?
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