lunes, 18 de septiembre de 2017

Miguel del Barco González (I)

CUADRO CRONOLÓGICO
  • Nace el 13/11/1706
  • Estudios en Salamanca
  • Ingresó en la Compañía con 21 años: 18 de mayo de1728
  • Salida al Nuevo Mundo y conclusión de la teología 1735-1736
  • Ordenación: 3/09/1736
  • Misión en S. José del Cabo: 1737-38
  • Misión en la Baja California: S. Javier de Biaundó 1738-68
  • Visitador en California: 1751-54 y 1761-63
  • Expulsión: 1767-68
  • Bolonia: 1768-90
  • Muere el 24 de octubre de 1790

Si hemos destacado las figuras de los hermanos Trejo Paniagua en el siglo XVII, no les fue a la zaga en importancia, el nacimiento, a principios del siguiente siglo, del eclesiástico Miguel Fernández del Barco González.
 
Estaba terminando el año 1706, y, el 13 de Noviembre, hace presencia entre nosotros este posterior e insigne jesuita, misionero, biólogo y escritor, que tanta importancia tendría para el conocimiento de la Baja California y su historia.
Sus padres, Juan Fernández del Barco e Isabel González, cristianos viejos. Lo mismo que sus abuelos. Su familia fraternal compuesta por varios hermanos.
 
Su partida de bautismo L. 5 Fol. 218 dice:
 
En el lugar de Casas de Millán en veinte y un día del mes de Noviembre de mil setecientos y seis años el Ldo Francisco Fernández del Barco teniente de cura de la Parroquial de S. Nicolás de este dicho lugar bapticé según el ritual romano a Miguel hijo de Juan Fernández del Barco y de Isabel González, su mujer. Su padrino el Ldo. Miguel Rosado clérigo de menores órdenes y dijeron haber nacido el día trece de dicho mes y años y por ser verdad lo firmé, fecha ut supra.
 
Firma Francisco Fernández del Barco
 
Nota marginal: Miguel. Entró en la Compañía de Jesús. Año de 1728
 
Tiene varios hermanos, Juan, Isabel, José, Isabel y Francisco.
 
Es muy probable que la familia del joven Miguel tuviera una posición relativamente acomodada, pues el cambio de apellido primero, de Fernández por el del Barco, lo indica. Además, antes de ingresar en la Compañía de Jesús, estudió filosofía y jurisprudencia en la Universidad de Salamanca y fue maestro de gramática.
 
Aún no había cumplido los veintidós años cuando entró en el noviciado que la Compañía poseía en Villagarcía de Campos (Valladolid), el 18 de mayo de 1728.
 

A partir de este momento, la vida de Miguel del Barco se desarrolla en cuatro etapas perfectamente delimitadas: el periodo comprendido entre 1728 y 1735, que corresponde a su formación religiosa; los tres años (1735-1738) en la región central de México; la etapa de misionero en la Baja California, comprendida entre 1738 a 1768; y sus últimos años de exilio, consecuencia de la expulsión de los jesuitas, en Bolonia (1768-1790).
 
Su periodo de noviciado permanece en Villagarcía de Campos. Son años en los que el frío clima de Castilla y la rígida disciplina formativa de los jesuitas van forjando un poco más el carácter y la mente del joven Miguel.
Y, como a andar se aprende andando, tiene que practicar la enseñanza de la gramática. Sus estudios de filosofía tienen que ser puestos al día en Santiago de Compostela.
 
Cuando entra en el noviciado y lo termina, enseña gramática en el colegio de Monterrey y repasa filosofía en Santiago de Compostela.
 
Nuevamente vuelve a Salamanca, donde empezó y terminó los estudios de Teología.
 
Con este bagaje de conocimientos y maduración humana, ya puede empezar su labor misionera.
 
En 1735 viajó al virreinato de Nueva España, entidad político-administrativa establecida por los monarcas españoles durante el período colonial en los territorios del actual Méjico, para iniciar sus actividades como misionero.
 
La llegada a México de los jesuitas en 1572 se produce en el momento más oportuno. La Compañía de Jesús, apenas nacida en la Iglesia, presta en la Nueva España una ayuda de gran valor en colegios y centros educativos. Hacia 1645, la Compañía tenía en México 401 jesuitas, de los cuales unos atendían dieciocho colegios, cada uno de ellos con más de seis sujetos, y otros atendían parroquias o misiones (+Lopetegui-Zubillaga, Historia 729).
 
Ilusionado y ansioso de cumplir su misión evangelizadora, después de  163 años de presencia de los jesuitas en Méjico, llegará el buen “casito” de Miguel del Barco
 
Zarpó en 1735 de Cádiz hacia Nueva España (México) en una fragata que naufragó cerca de Veracruz (México), aunque el grupo de jesuitas que formaban parte de aquella expedición,  llegó felizmente a San Juan de Ulúa.
 
En el colegio Máximo de México, completó sus estudios de teología (1735-1736) mientras asistía a los afectados por la epidemia de matlazáhualtl (fiebre tifoidea). Peste que causó miles de muertes, y como siempre, principalmente en la clase más empobrecida.
 
Probablemente hacia 1737, pocos meses después de su ordenación, 3/09/1736 trabajó en Puebla de los Ángeles. No fueron ciertamente fáciles los trabajos de asistencia en una situación de peste.
 
Hacia finales de 1738 o comienzos 1739, se encaminó a California e inició su trabajo misional en San Javier. Luego trabajó en el Sur, seguramente en las misiones de San José del Cabo, Santiago, La Paz y Todos los Santos.
 
Pero la mayor parte de su vida misionera se había de desarrollar en la misión de S. Javier. Allá se dirige sobre el año 1741, donde se establecerá hasta que sean expulsados las jesuitas de estas regiones.
 
Misión de California
 
¿Sus tierras?
 
Durante casi dos siglos, hasta fines del XVII, la isla o península de California se mantuvo ajena a México, apenas conocida, y desde luego inconquistable. Hernán Cortés fue el descubridor de California, así llamada por primera vez en 
1552 por el historiador Francisco López de Gómara, capellán de Cortés.
 
Aquella era tierra inhabitable (calida fornax, horno ardiente), áspera y estéril, en la que no podían mantenerse los pobladores, que a los pocos meses se veían obligados a regresar a México. De tal manera que se intentó en varias ocasiones conquistarla.
 
Intentaron conquistarla El Virrey Mendoza, Pedro de Alvarado y Juan Rodríguez, Sebastián Vizcaíno, etc. Vizcaíno fundó Monterrey.
 
Carlos II, en fin, ordena un nuevo intento, y en 1683 parten dos naves conducidas por el almirante Atondo, y en ellas van el padre Kino y dos jesuitas más. Pero tras año y medio de trabajos y misiones, se ven obligados todos a abandonar California.
 
El padre Baegert, que sirvió 17 años en la misión de San Luis Gonzaga, dice que California «es una extensa roca que emerge del agua, cubierta de inmensos zarzales, y donde no hay praderas, ni montes, ni sombras, ni ríos, ni lluvias» (+Trueba, Ensanchadores 16). En realidad existían en la península de California algunas regiones en las que había tierra cultivable, pero con frecuencia sin agua, y donde había agua, faltaba tierra... Por eso hasta fines del XVII la exploración de California se hacía normalmente en barco, costeando el litoral. Las travesías por tierra, a pie o a caballo, con aquel calor ardiente, sin sombras y con grave escasez de agua, resultaban apenas soportables.
 
¿Sus gentes?
 
Los indios californios eran nómadas, dormían sobre el suelo, y casi nunca tres noches en el mismo lugar. Andaban desnudos, las mujeres con una especie de cinturón, y no tenían construcciones. Su alimentación era un prodigio de supervivencia.
 
Después del fracaso de veinte expediciones civiles o militares, a veces muy potentes, la armada del Señor que había de hacer la conquista espiritual de California estaba compuesta por dos jesuitas, cinco soldados con su cabo, y tres indios, de Sinaloa, Sonora y Guadalajara, más treinta vacas, once caballos, diez ovejas y cuatro cerdos -que, por cierto, hubieron éstos de ser sacrificados, pues inspiraban a los indios un terror invencible-. Pero una vez más, lo que no habían podido hacer las armas, lo hizo la fe de los misioneros, que, aun hoy día, siguen siendo objeto de admiración. Y los jesuitas, religiosos siempre de “fronteras”, van a conquistar, con esta arma a los californianos.
 
En efecto, los jesuitas, en 1697, entraron allí para servir a Cristo en sus hermanos más pequeños: «Lo que hicisteis con alguno de estos mis más pequeños hermanos, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40). Y cuando fueron expulsados en 1767, tenían ya 12.000 indios reunidos en 18 centros misionales.
Pero vamos a ceñirnos al territorio que le toca a Miguel del Barco evangelizar, que no es otra cosa que llevar la humanización al ser homínido, cuando las circunstancias son adversas.

miércoles, 6 de septiembre de 2017

Francisco de Paniagua


No es fácil fechar exactamente el día del nacimiento de este insigne ermitaño, que con su devoción, erigió los cimientos de la ermita y devoción de Ntra. Sra. de la Montaña, Patrona de Cáceres.
 
Seguro que en muchas ocasiones contemplaría desde la Sierra de la Mosca su pueblo natal, Casas de Millán, en la Sierra de Santa Marina, uniendo las dos advocaciones marianas de Tebas y la Montaña.
 
Porque su devoción a Santa María, se alimentó, como en tantas ocasiones entre los cristianos, de la devoción de sus padres a Nuestra Señora de Tebas, que es muy anterior a su nacimiento.
 
De los libros parroquiales ha desaparecido su partida de bautismo, pero es muy probable que fuera hermano de María de Paniagua Jiménez, hija de Diego y María, dándonos una cierta clave para entroncarlo con su primo Jerónimo Jiménez González de Juan y Estefanía, que aparece en los relatos de su vida como primo de él, con residencia en Cáceres, y que, acudiendo al abrigo de la familia, se instala en 1,621.
 
En esos caminos de Dios, tan inescrutables con frecuencia, hacen que Francisco en principio portando una imagen de la Virgen, tal vez réplica de la de Tebas, o Monserrat, como sostienen otros, deambulase por pueblos y aldeas solicitando y recogiendo limosnas para edificarle una capilla.
 
Aquí podemos ver, cómo la edificación de la Iglesia se hace con grandezas y pequeñeces. Así construyó Casas de Millán, con la sencillez de una ermita, de transcendencia más conocida, como la grandeza de los coetáneos de Francisco de Paniagua, los hermanos Trejo de Paniagua, paisanos suyos, en las alturas cardenalicias y episcopales.
 
Nuestro buen Francisco desde la pobreza económica, caminando, encuentra sitio para vivir durante un tiempo en una cabaña que construyó, aprovechando unos peñascos altos que por allí había, para vivir su fe como había decidido.
 
Pero para Ella quería otro sitio, el cual coincide con el punto de la gruta, popularmente conocida por "la cueva", donde está colocada actualmente la imagen pequeña de la Virgen.
 
La primera capilla fue construida por Paniagua entre 1621 y 1626. Tenía en origen 6,5 metros de longitud y 2 metros de anchura, aunque posteriormente fue ampliada hasta los 7,5 metros.
 
Aquí fue donde D. Sancho de Figueroa, Cura de Santa María y amigo de Paniagua, dijo la primera misa el día 25 de marzo de 1626, fiesta de Nuestra Señora de la Anunciación.
 
Francisco durante una década más, va viendo como el fervor y devoción de los cacereños, va aumentando. No necesita más. Con mirada maternal, la Madre de la Montaña lo recibe en las moradas de su Hermano Jesús, aunque sin desprenderse de los pies de la adorada imagen de la Virgen, dicen que un 22 de Agosto de 1636.
 
Un fruto más de la Iglesia de Casas de Millán, que deja perpetuidad en aquellos cristianos que oyendo el mandato del Maestro, “id por el mundo y proclamad el evangelio”, lo proclamaron y lo hicieron fructificar el ciento por uno.
 
En tardes límpidas del horizonte, desde aquí se sigue contemplando el blanco santuario donde Francisco Paniagua sembró el grano que seguirá dando fruto y fruto abundante.
 
Juan Francisco Arroyo Mateos en su libro: Veintidós grandes santos extremeños de la diócesis de Coria-Cáceres escribe:
 
Lo mismo cabe pensar del eremita Francisco de Paniagua, el introductor en la capital cacereña de la devoción a Nuestra Señora de la Montaña, porque este humilde siervo de Dios motivó así para bien espiritual de Cáceres y toda su provincia, no menor obra buena que la que otros hacen al fundar una Congregación Religiosa.
 
Pero como siempre, el silencio de sus paisanos, sigue gritando un recuerdo para este “casito” del que muchos desconocen su existencia, e incluso su relación. Como para el gran Miguel del Barco, y otros, tienen que venir de fuera para indicar que al menos una calle haría recordar la gran relación de Cáceres y Casas de Millán. Al menos allí, sí se le ha dedicado una calle, entre la del 18 de Julio y Alfonso IX.
 
Es más, últimamente ha quedado consignada su figura, aunque con idealismo, en un busto junto al santuario de la Virgen de la Montaña. Es obra del escultor Antonio Fernández. Para realizarlo ha tenido que imaginar cómo eran los eremitas de aquella época, pues han buscado y han hecho muchos estudios, pero no han conseguido encontrar ninguna fotografía de él.
 
El coste del conjunto de la peana y la escultura ha sido de unos 6.500 €. La escultura la inauguró el Alcalde de Cáceres José María Saponi, y la bendijo el obispo de la diócesis Ciriaco Benavente, un 7 de Mayo de 2006.
 
Como se lamenta “El grupo popular de Casas de Millán”: No sabemos el motivo, pero no asistió nadie de la Corporación Municipal de Casas de Millán, ni tampoco eclesiástica.

Pedro de Trejo y Paniagua

Pedro de Trejo Paniagua, abre la saga de los Trejos clérigos. Es el segundo hijo del matrimonio Antonio y Francisca que nos encontramos. Nace en 1571.
 
“A quince días del mes de noviembre año susodicho, yo Juan de la Pila clérigo baptize a Pº hijo del señor Antonio de Trejo y de la señora doña Francisca de Sande su mujer. Fueron sus padrinos el Sr. don Graº de Loaysa y la señora doña María de Trejo. No fue baptizado en casa. Y porque es verdad lo firme de mi nombre.”
 
Firmado: Juan de la Pila
 
Al referir a sus sobrinos el Cardenal Gabriel en relación con sucesos familiares de su tío Pedro dice: “La hacienda seglar que había en casa llevósela toda vuestro padre como mayor, una prebenda eclesiástica en que se podía acomodar uno de los hijos, llevósela el señor don Pedro.” “Estudiamos todos, y los dos mayores como se vieron acomodados dejaron el estudio, aunque el señor don Pedro no del todo.
 
Poco sabemos de su etapa de estudiante en el colegio mayor del arzobispado de Salamanca. Únicamente sabemos que estuvo en los años 1610 a 1613. Que había entrado en el Colegio con el número 129. Debió doctorarse en leyes, pues así se consigna cuando se hace cargo de la abadía de S. Isidoro de León. Además, para ocupar los cargos que desempeñó, era necesario tener titulación en alguno de los Colegios o Universidades del momento.
 
Su primer destino debió ser el de Canónigo Tesorero de la Catedral de Badajoz.
 

Posteriormente al cesar su hermano Gabriel como Capellán Mayor de las Descalzas, desde mayo de 1613 al 22 de mayo de 1614, le sucede ejerciendo como tal hasta mayo de 1616, siendo el 8º Capellán Mayor de dicho Monasterio.

Hay un tiempo en el que fue nombrado Oidor del Consejo de Navarra. Poco consta de sus labores en este puesto.
 
En julio de 1624 pasa a tomar posesión en la condición de Abad de la Real Colegiata de S. Isidoro de León
 
“Fue muy amante de S. Isidoro y fue sepultado en Santo Martino: sintió mucho su muerte toda la comunidad, porque fue todo el tiempo que vivió muy pacífico y gran limosnero y hacía mucha estimación de su Casa y canónigos”
Murió en febrero de 1634.
 
Fue Patrono del Convento de S. Francisco de Plasencia.