lunes, 10 de julio de 2017

Fray Antonio Trejo y Paniagua Obispo de Cartagena (II)

Obispo de Cartagena
 


Su blasón es un escudo de tipo español , con las armas de la orden de San Francisco, una cruz latina de sable, brochante, sobre ella dos brazos, uno en carnación y otro vestido de hábito de franciscano, en punta tres clavos en aspa, lleca timbre episcopal.

En mayo del año 1618 fue presentado por el rey para la mitra de Cartagena, recibiendo la consagración del Arzobispo de Zaragoza (Tarragona), también franciscano, P. Juan de Guzmán en las Descalzas Reales de Madrid, con asistencia de toda la Corte, 16-IX-1618, tomando posesión de su mitra, primeramente por poderes en septiembre. Visitó su nueva diócesis por primera vez en octubre, entrando en la capital en el 15 de este último mes.
 
Mas inmediatamente salió para Roma el 22 de Noviembre con el cargo de embajador extraordinario del rey de España, Felipe III, para que “suplicase al santísimo Padre Paulo V, en su nombre y en el de sus coronas y reynos, declarase por artículo de fe el haber sido la Virgen santísima, reyna y señora nuestra, concebida sin pecado original”
 
La razón fundamental de este nombramiento de Obispo, a Fray Antonio, parece ser que era dotar al prelado de la suficiente autoridad, para encargarle una empresa que le preocupaba al monarca español: la aprobación por el Vaticano del dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen. Por ello, en 1618, recibe una orden del rey y 8,000 ducados para que emprenda su embajada en Roma.
 
Le parecía al monarca que el P. Trejo era el más apto para ejercer dicha embajada, pues había comprobado las cualidades que tenía, ya que lo había demostrado rigiendo la Orden Franciscana. Pero a esto se unía que por entonces estaba en Roma su hermano Gabriel, el Cardenal Trejo, que también era partidario y defensor de que se proclamara tal dogma.
 
Fr. Antonio de Trejo aceptó ambos honores, y así se lo comunicaba agradecido al monarca.
 
Pero, como en todos los acontecimientos entre poderosos, toda cara tiene su cruz.
 
Al divulgarse la noticia de la embajada de Trejo, se levantó en la corte y otros lugares una verdadera tempestad de calumnias y contradicciones contra e1 nuevo embajador; pero la voluntad del monarca estaba ya decidida y toda oposición a la embajada resultó inútil, aun cuando fuese fomentada por personas tan ilustres como el nuncio, que tenía órdenes terminantes de la Santa Sede de impedirla.
 
Un inconveniente que se presentaba era la cuestión económica. Expone luego su situación económica diciendo que, aunque es verdad que él ofreció a Su Majestad partir con toda brevedad para Roma, puestos sus ojos únicamente en el cumplimiento de la obediencia y por haberle parecido que las rentas de su obispado de Cartagena le bastarían para cubrir los gastos de su viaje, después se había convencido que su misión había de ser mucho más costosa de lo que creía al principio. De ahí que hayamos dichos antes, que recibió 8,000 ducados.
 
Sobre las objeciones aducidas por los contrarios expone el P. Trejo una que le parece digna de la consideración del monarca. Dice que aquellos habían informado mal al Papa declarando que en España no se había observado su último decreto pontificio sobre la opinión pía, con el fin de irritarle, y al mismo tiempo excusar los escándalos que después habían dado, que eran en su concepto, los mayores que se habían visto en esta materia.
 
A pesar de todos estos inconvenientes, se mantiene la embajada. Por ello desde Murcia, Fr. Antonio de Trejo se dirigió a Cartagena donde pensaba embarcar; pero a causa de las penalidades del viaje enfermó en esta ciudad, como él mismo escribe al secretario Tovar el día 9 de noviembre de ese año.
 
Por fin el día 22 se hacían a la mar a pesar de estar en contra los prebendados que le acompañaban, y del mismo jefe de las galeras, acostumbrado a ver siempre temporales en aquel mes de diciembre. Sin embargo, fue tan apacible la travesía de Cartagena a Barcelona, y sobre todo de esta ciudad a la de Génova, que los marineros juraron que en veinte años de cruzar el golfo de León no habían visto nunca aquel mar tan tranquilo y aquel cielo tan sereno.
 
Al tener noticias de su llegada el cardenal Trejo, hermano de nuestro obispo, se dirigió a Branciano, señorío del duque de Orsini, para abrazarlo.
 
El obispo Trejo entraba en Roma el 16 de diciembre, dirigiéndose inmediatamente al palacio pontificio para cumplimentar a Su Santidad, que lo recibió muy afectuosamente y mantuvo con él una larga entrevista llena de cordialidad.
 
Destitución del Embajador
 
Duro fue el trabajo del Obispo en Roma. Tuvo que presentar en varias ocasiones alegatos y escritos ante el Papa, que le recibió al menos cuatro o cinco veces. En principio dio largas al asunto; posteriormente con indiferencia, alegando razones poco convincentes para Fr. Antonio.
 
Añádase a esto la noticia extendida por Roma, y que en Madrid propagó el P. Aliaga, de que el obispo de Cartagena y el cardenal Trejo, su hermano, se dedicaban a reclutar votos para  el futuro cónclave, procurando la elevación de un Papa favorable a España. Aunque no hay que descartar la total posibilidad de que en sus conversaciones privadas Trejo faltase algo a la prudencia, la noticia en sí era completamente calumniosa.
 
La verdad era que Felipe III estaba convencido del fracaso de la embajada del obispo Trejo, y el 22 de junio firmaba en Lisboa la carta exonerándole del cargo de embajador y ordenándole volver a su diócesis. La carta fue encomendada al duque de Alburquerque para que la entregara a Trejo a su llegada a Roma.

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