Antecedentes de la formación del clero rural
La formación del clero en general y el rural en particular, tiene como punto álgido en la creación de seminarios a partir del Concilio de Trento. El mandato que se da no tiene una implantación inmediata, tarda en generalizarse. Recordemos, aunque con antecedentes, cómo el seminario de Plasencia no se crea inicialmente hasta la segunda mitad del siglo XIX con el mandato del Obispo D. Gregorio María López y Zaragoza que realizó unas obras, base para el edificio actual. La inauguración definitiva la tuvo D. Pedro Casas y Souto en 1879 que se mantiene con el actual edificio.
Y ¿antes que pasaba?
Hay que reconocer que el “clero alto” lo tenía fácil con las universidades. Pero no todos podían económicamente sostenerlo. El clero catedralicio, abastecido ordinariamente de las universidades se cultivaba con facilidad. El clero religioso lo podía hacer y lo tenía en sus propias casas.
La gran preocupación era el estamento más bajo del clero. El secular-rural.
Los concilios de los siglos bajomedievales claman frecuentemente contra la ignorancia de los clérigos, definiéndola como falta de peritia litterarum. Algunos sínodos de estos siglos aclaran que la ignorancia consiste en "no saber leer y cantar" y desconocer la "doctrina cristiana". Bajo esta queja de aparente simplicidad se esconde la exigencia de una pericia en la lectura, escritura y canto que pasaba por la formación en las Artes Liberales,… a la cual, habría de añadirse la "doctrina cristiana", es decir, algún conocimiento del derecho canónico y la teología dirigida a la cura de almas. Es verdad que la Iglesia se afanó en estos siglos en hacer llegar al clero y a los fieles esta "doctrina" de la forma más sistemática posible. De manera que la memoria pudiera retener los elementos esenciales de la teología pastoral y moral de la Iglesia. Los instrumentos utilizados por el clero para la transmisión de esta "doctrina cristiana" fueron variados: la misa, la confesión, la predicación, el catecismo y la catequesis, así como la literatura devocional (libros de horas,) a la que tenía acceso la minoría de los alfabetizados pero también más amplios círculos de laicos mediante las lecturas públicas.
No hay duda que entre el Concilio de Trento y sobre todo el siglo XVIII, la enorme mayoría de los clérigos y de los sacerdotes no se formaron en seminarios.
Pero se les exige que tienen que ser suficientemente peritos en tres aspectos: conocimiento de las Escrituras y de la disciplina eclesiástica, conocimiento de las ciencias profanas y conocimiento de los asuntos seculares.
Por razón de su oficio ad hominem, se le exige saber la doctrina cristiana. No se le exige un conocimiento en profundidad, sino elemental, que le permita desarrollar bien su doble función de pastor (administración de los sacramentos) y de maestro (enseñanza-predicación de la doctrina cristiana).
Aquí es donde nos encontramos con un problema económico, pues el Obispo de Santiago de Compostela al igual que ocurrirá en otras partes, “en 1435 se lamenta de la escasez de clérigos curados; esta falta se debía a la pobreza de los clérigos candidatos, que no podían costearse los estudios de gramática y, consecuentemente, no eran promovidos a las órdenes sagradas y a los beneficios curados; así pues, los que fallecían no encontraban fácilmente sustitutos. Para remediar la situación, el obispo decide rebajar el nivel de exigencia; ya no necesitarán ser gramáticos para ser promovidos, bastará «que sepan bien leer y cantar».
¿Cómo solventar estos dos escollos del lugar y lo económico?
Se encuentra una solución para el lugar. Se puede ser sacerdote instruyéndose y adiestrándose con un párroco, o en un cabildo catedralicio o colegial. No es necesario desplazarse a los centros únicos de la ciudad, sino que por comarcas se crean escuelas para clérigos en las parroquias más céntricas o importantes.
A partir de aquí es cuando surge la pregunta del apartado: ¿Un “seminario” en Casas de Millán?
Siendo una de las aldeas “menudas” como se llama a Casas de Millán, ¿por qué nos encontramos entre sus párrocos algunos doctorados y licenciados, deán, prebendado, bachiller, etc.?
A falta de un estudio más detenido e investigado, creo que es una base para dar como hipótesis la posibilidad de que alrededor del párroco de S. Nicolás de Bari se hubiera establecido una escuela de formación de clero.
Además, recorriendo los nombres del clero reseñado en la primera parte de este estudio, nos encontramos, tanto en los nacidos como fallecidos en este lugar, reseñas de tonsurados, minoristas, subdiáconos.
También nos encontramos con una solución para la otra alternativa de la dificultad: lo económico.
Si ya hemos visto cómo la dificultad económica impedía el acceso a los estudios de gramática, puede que la solución la encontremos en la aplicación de capellanías, lo que nosotros llamaríamos becas. Aquellos que venían, podían favorecerse de alguna capellanía, cuya finalidad, como hemos dicho, era esa. Al estar en un pueblo era más barata y más fácil la manutención y el pago de los estudios.
Pensemos que la paga mínima del clero era aproximadamente de 20,000 maravedíes, algo más de 53 ducados al año, “menos de los dos reales diarios que era el jornal mínimo de un peón”.
Por otra parte nos encontramos con que las capellanías no son sólo de Casas de Millán, sino de pueblos de alrededor, pues era frecuente que dichos pueblos fundaran las capellanías para algún aspirante a clérigo en concreto.
Una vez más se repite la historia en estos tiempos.
Hace unos días ante la necesidad de clero en la Amazonía, el cardenal Hume presenta una propuesta sobre la formación del clero en aquella región, que dice así:
La propuesta entonces es que la formación de los sacerdotes se abrevie, se haga en módulos periódicos, directamente en el lugar donde viven, con una duración muy inferior a la tradicional aunque siempre supervisada por los obispos locales.
Queda mostrada para el conocimiento de los “casitos” una raíz más del tronco religioso de Casas de Millán. Parroquia rica en vocaciones de todo tipo.
Es bueno conocer la historia de un pueblo.
Bibliografía
- Las capellanías en los siglos XVII y XVIII a través del estudio por Candelaria Castro, Mercedes Calvo y Sonia Granado.
- La formación del clero católico en la edad moderna. De Roma, a Italia, a Europa por Maurizio Sangalli
- Las escuelas y la formación del clero de las catedrales en las diócesis castellano-leonesas (siglos XI al XV) por Susana Guijarro González, universidad de Cantabria
- Pedagogía medieval hispana: transmisión de saberes en el bajo clero, resumen José María Soto Rábanos CSIC. Madrid
- La carrera eclesiástica en el s. XVIII. Por Mª Luisa Candau Chacón
- El clero en la España de los siglos XVI y XVII. Estado de la cuestión y últimas tendencias. Arturo Morgado García.
- Archivo parroquial